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La autodeterminación y la no intervención, dos caras de una misma moneda

Escuchábamos días pasados decir, que con las migraciones africanas y del oriente más cercano hacia Europa, estábamos viviendo “otro Auschwitz”, con lo que se trataba de comparar aquélla situación al Holocausto del que fueron culpables los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, para mostrar la dimensión de la tragedia. Tragedia que incluye a inmensurables multitudes de hombres, mujeres y niños que conforman no solo aquéllos a los que el mar Mediterráneo se ha tragado definitivamente, sino al mismo tiempo a quienes se quedaban en su orilla impedidos de cruzarlo, y en cierta forma también a los que ya han adquirido el carácter formal de “refugiados”, por haber sido tantas veces desconocidos como tales y rechazados.

Y haciendo un repaso global nos encontramos ante otras migraciones también conocidas, las que si examinamos caso por caso, no por no ser de la misma magnitud resultan menos desgarradoras. Está presente la multitud de venezolanos que en un goteo permanente se dirige por distintos itinerarios hacia un Sur que la esperanza ensancha, a pesar de que una angustiosa incertidumbre esté presente. Y también el caso más notorio por ser el más publicitado de “la marcha de los diez mil”, una multitud de centroamericanos que arrancó desde Honduras y fue reclutando gente a su paso en dirección a las fronteras cerradas de los Estados Unidos.

Debemos dejar de lado -aunque también cuentan- a todas las víctimas de un reordenamiento territorial por falsas razones raciales o étnicas. Y también a todos los chicos que mueren de hambre a lo largo y lo ancho de nuestro planeta tierra. Una mirada global, que en perspectiva nos pone ante la amenaza de verlo convertido en un mega Auschwitz.

¿Cómo dar solución a este tremendo y trágico enredo? La solución parece simple y la hemos escuchado en ocasiones, con diversos interlocutores y en lugares distintos. Se parte del hecho cierto que los seres humanos no nos movemos en una enorme mayoría del lugar donde hemos nacido y crecido y cuyo entorno lo hemos convertido en una parte inasible de nuestra persona, si la vida en él no es mínimamente satisfactorio. No es así mucho lo que se pide; poder trabajar, ganar lo suficiente para poder formar un hogar en el que los hijos puedan tener cabida para crecer y volver una y otra vez el mismo ciclo.

Partiendo de ese presupuesto – y teniendo en cuenta las disponibilidades con las que el mundo cuenta en este momento de la historia- lo que parece obvio y hasta razonable, es que los estados a los que buscan dirigirse la mayoría de los migrantes, eludieran los costos y los temores de todo tipo que esa multitud de recién llegados les pudiera provocar, invirtiendo una cantidad suficiente de recursos de todo tipo en los países “expulsores de población nativa” de manera de hacer posible que quienes hasta ese momento se iban, opten por quedarse.

Se trata de una estrategia de la que hemos oído, y que en una forma precaria por el lado que se la mire, han intentado poner en marcha algunos de los estados receptores de migrante con escaso éxito.

Es que no se ha advertido siempre la existencia de un obstáculo que es decisivo y muy difícil de obviar para impedir que su estrategia no se derrumbe, cual es encontrar la manera adecuada para que esos recursos se canalicen y apliquen eficiente y eficazmente.

La razón de ser de la existencia de ese obstáculo tiene que ver con que el subdesarrollo económico y social es, a la vez, causa y efecto de un subdesarrollo institucional. O sea que en ese tipo de países, cuando los recursos a recibir quedan en manos torpes, o sea con escasa o completamente nula capacidad de gestión más allá de su buena disposición y honradez, resultan mal gestionados con los resultados previsibles.

Y la alternativa potencialmente predecible es aún peor, ya que nos encontraríamos entonces ante gobernantes corruptos, que canalizarían los recursos recibidos, o por lo menos gran parte de ellos, a sus ya repletas alforjas y bolsos. Y al respecto debe señalarse que no es por casualidad, que muchos de esos países africanos, con su población estrangulada por la miseria, cuenten con gobernantes que se encuentran entre los hombres más ricos de la tierra. Una situación en apariencia inexplicable, pero que tiene la muy simple explicación, ya que esas fortunas se obtienen hambreando a la gran mayoría de la población.

Quiere ello decir que la situación y la estrategia descriptas en forma tentativa van a chocar no solo con el escenario relatado, sino con una norma legítima y precisa del derecho internacional en la que aparece imbricados, de manera que se convierten en las dos cara de una misma moneda, el principio de la autodeterminación de los pueblos con el de la no intervención de un estado en los asuntos internos de otro.

Una cuestión no menor, sobre todo si se tiene en cuenta que en las organizaciones internacionales con objetivos políticos – y también en muchas otras con objetivos específicos claros y distintos- se sigan dando prioridades a los intereses de las grandes potencias sobre las necesidades de carácter internacional, cuando lo que está en juego es hasta la misma existencia de otros pueblos.

Una cuestión de importancia no menor por cuanto el principio de no intervención es invocado y aun reconocido en situaciones en las que la población de un país no está en una situación que le permita “auto determinarse”, por estar regido por una autocracia. Y existen numerosas y tristes experiencias demostrativas de que “la intervención” ante la inexistencia de la autodeterminación y la ausencia de respeto a los derechos humanos fundamentales, puede llevar a conclusiones de efectos más trágicos que la conclusión del principio.

Quiere ello decir que nos encontramos ante la necesidad de descubrir un nuevo “paradigma”, como les gusta decir a los científicos sociales, en momento en que la “pax americana” está en declive y que la posibilidad de una “pax china” se instale, despierta iguales o mayores incertidumbres o rechazo, porque no se debe confundir orden con paz, y la paz no necesita, cuando es verdadera, ni de adjetivos ni de nombres.

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