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Jesica es una chica que vive en un barrio de clase media baja sobre el lado este de la autopista Panamericana, en Pilar. Un lugar que históricamente podría ser considerado como un bastión del peronismo clientelar. Trabaja de sol a sol, como su marido, con la esperanza de dar a su hijo un futuro mejor. Una esperanza que la política se va empeñando en minar. En 2015, luego de años de sueños truncos, eligió votar a Juntos por el Cambio (JxC) para ver si las cosas, justamente, cambiaban. Frustrada, en 2019 pensó que lo mejor sería volver a votar al peronismo, ahora representado por el Frente de Todos (FdT), que prometía volver distinto de lo que había sido durante los 12 años previos al gobierno de JxC. Esta vez, el sueño fue aún más corto: el domingo pasado votó en blanco. No siente que la política la represente ni se ocupe de ella.

No estuvo sola: el gran ganador de los comicios del domingo pasado fue el desencanto. Entre un nivel récord de abstención y casi 7 puntos de votos en blanco o nulos, poco más del 40% del padrón optó por darle la espalda a la política.

Claro que el mayor perdedor fue el oficialismo, que perdió en gran parte del país, e incluso en su principal foco de atención: el Conurbano bonaerense, donde más dinero y esfuerzo de campaña puso. Muchos votos los perdió en los barrios populares. Pero también el oficialismo porteño vio caer su caudal de votantes a manos del partido libertario de Javier Milei, que fue furor entre los votantes más jóvenes y en los barrios populares (eufemismo con el que se intenta ocultar la creciente pobreza que en ellos anida).

Aunque los resultados de las elecciones PASO de 2021 quedaron opacados por la tormenta que se desató al interior del FdT, luego de su peor resultado histórico, no serán olvidados. En esa tormenta interna sobraron las interpretaciones y faltaron las autocríticas. “Debemos escuchar el mensaje de las urnas” se convirtió casi de inmediato en un latiguillo alejadísimo de la realidad. La política sigue empeñada en ocuparse de sí misma y de olvidarse de los verdaderos, legítimos dueños de la democracia: los votantes. Si sigue así, noviembre y el futuro les deparará resultados aún más oscuros.

Nada deja más en claro esta dicotomía entre política y ciudadanía que las dos cartas que atravesaron la semana.

La carta de la Vicepresidente (¿deberíamos decir las dos cartas, para incluir el audio de la diputada Fernanda Vallejos, que pone en lenguaje coloquial lo que Cristina escribe con algo más de corrección política?) trata al Presidente sin ambages como un títere que, como tal, debería subordinarse a los movimientos de su titiritera. Dice que “…sólo le pido que honre aquella decisión” (de elegirlo) y, sobre todo, “que honre la voluntad del pueblo argentino”. ¿Con qué razones? Vallejos reclama que “por su boca (la de Cristina) habla el pueblo argentino.” Es decir, el restante 70% del electorado no existe, o no es pueblo, o no es argentino.

Como en la bíblica Torre de Babel, la política y la ciudadanía hablan lenguas distintas. Mientras unos piden hacer más peronismo (o kirchnerismo), es decir, más de lo mismo que nos tiene como nos tiene, la ciudadanía parece pedir algo diferente; algo que funcione.

Esto lo pone en blanco sobre negro la segunda carta importante de la semana: la del arzobispo de La Plata, Víctor Manuel Fernández, que advierte que “queda poco tiempo” para “evitar una debacle”. Lo acusa de ocuparse de temas de minorías y no de los temas que aquejan a la mayoría. Le reclama que mientras estaban con sus asuntos banales, “los pobres y la clase media tenían otras hondas angustias que no obtenían respuesta” y le echa en cara cuán elocuente es que en muchos barrios pobres la abstención llegara a 40%.

Los eventos de esta semana, en que se dirimen cuestiones de la política cuando el voto reclama otras cosas, no mejorarán la imagen de los dirigentes.

Es probable que, zanjada la cuestión interna, por una mera cuestión de supervivencia, haya medidas populistas inmediatas. Cuáles serán, exactamente, no lo sabemos. Pero sí podemos intuir cuáles serán sus resultados. Las mismas medidas que hasta acá nos trajeron no van a producir un resultado diferente. Más gasto público generará más inflación, menos inversión, menos empleo y menor poder adquisitivo del salario. Sin dinero, el populismo no va a poder funcionar, y sus peores caras, inflación y recesión, serán las más visibles.

Jesica es dueña de su voto y hace con él lo que mejor le parece. Nadie habla por ella ni la puede comprar. Todos los ciudadanos somos como ella. No tenemos dueños, aunque muchos crean serlo. No hace falta ser clarividentes para ver que no son sólo algunos los políticos, oficialistas y opositores, que no funcionan. ¿Cuál de las dos cartas entiende mejor nuestras angustias?
Fuente: El Entre Ríos

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