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A una semana de las elecciones PASO, el desencanto parece ser la cualidad que mejor describe el estado de los votantes. La multiplicidad de promesas incumplidas por parte de dirigentes en ambos bordes de la llamada grieta ha minado la esperanza de muchos argentinos.

El desencanto, que a veces se asemeja bastante al desinterés, se viene reflejando en los bajos niveles de participación en las elecciones provinciales. En Salta y Corrientes, no votó un tercio del padrón. De aquellos que sí lo hicieron, varios votaron en blanco o anularon su voto.

El desencanto, el desinterés, se notan también en las encuestas. Mejor dicho, en lo que no logran captar las encuestas y, por ello, no reflejan en sus resultados. El fenómeno lo destacó Carlos Pagni hace una semana en su columna del diario La Nación. Allí narraba que un conocido encuestador reconocía que apenas uno de cada 250 llamados telefónicos que hacía era contestado. Los 249 restantes no recibían respuesta.

La mayoría, mal que le pese a la grieta, no parece tener interés en la política. O, quizás, no espera ya nada de ella.

Que la precandidata Victoria Tolosa Paz tuviera un exabrupto acerca de las facilidades copulatorias que brinda el peronismo habla menos de su chabacanería que de su necesidad de que la gente tome nota de su existencia, o incluso de la existencia de las propias elecciones. El desencanto, el desinterés, la resignación están tan a flor de piel que obligaron a la gente a concebir una capacidad de supervivencia con independencia del poder político, del cual a veces abusa más de lo que la política cree poder abusar de la gente con sus planes. Tan miserables nos hemos vuelto, y se han vuelto los planes, que ya no alcanzan para sumar muchos votos.

En aquella misma nota de La Nación, Pagni mencionaba que, según un dirigente opositor, la grieta evita la descomposición, la fragmentación, que se ve en otras sociedades de la región. Tal aseveración hace que la distinción en apariencia tan marcada entre los extremos se diluya. En el fondo, ambos extremos necesitan que el sistema funcione para justificar su rol: se sirven de la democracia para auto-validarse.

Si la gente putea, pero va a votar por los partidos que alimentan la grieta, la rueda que mantiene a la política en un pedestal podrá seguir girando.

En las elecciones de Salta y Corrientes, la lectura fue que los ganadores obtuvieron más de 70% de los votos. La realidad es muy distinta: en ambos casos orillaron el 50%. Un resultado importante, aunque menos impactante que el que surge de la lectura arbitraria que el sistema elige para sostenerse. Los opositores no se quejaron, porque hacerlo podría poner en riesgo “la estabilidad”; incluso la propia estabilidad. El disgusto de la gente con la política no es negocio para la política.

Un precandidato a diputado de la oposición decía, en una reunión reciente, que los dirigentes de su partido habían aprendido de los errores. No se refería a los errores cometidos en materia de política económica, educativa o de seguridad, sino a los errores políticos en que incurrieron cuando fueron gobierno.

Su discurso atractivo, y un detalle acabado de objetivos para hacer de la Nación algo un poco más normal de lo que es, contrastaban con esa noción de aprendizaje. La distancia entre lo deseable y lo posible no puede resolverse dentro de un estado de grieta. Revela cuán mínima es nuestra democracia: no elegimos un proyecto de país, sino la forma de evitar que el proyecto de los otros pueda cumplirse.

En este embrollo secular, en el que sólo gana la política, los argentinos perdemos. Si el costo de sostener la estabilidad política y democrática se mide en términos de inestabilidad económica, debacle educativa y rampante inseguridad, ese costo es excesivo.
Fuente: El Entre Ríos

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