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Nos encontramos en los prolegómenos del debate parlamentario acerca de una eventual despenalización del aborto.

Y al respecto se ha comenzado por diversos medios a escuchar las opiniones de toda clase de personas, desde los miembros de un vecindario cualquiera, hasta la de intelectuales de formación y versación probada acerca del tema.

Algo que resulta realmente positivo, por cuanto se trata de una manera de dar la posibilidad de escuchar todas las voces y contar, a la vez, con una actividad docente que nos enriquezca a todos, tanto en lo intelectual como en lo afectivo. Todo ello si damos, por esta vez siquiera, la muestra de humildad necesaria para efectuar una escucha libre de prejuicios. Algo que debe reconocerse no es fácil de lograr cuando las cuestiones del intelecto se mezclan con las del corazón.

Mientras tanto, se está asistiendo a las primeras movilizaciones de los sostenedores de las posiciones que correctamente deberíamos calificar de opuestas, por la connotación negativa que acompaña a la expresión “enfrentadas”. Una estrategia que debería manejarse con extrema prudencia, por un cúmulo de razones que no se deberían pasar por alto.

Existe un primer presupuesto del que, al respecto, se debería partir, y que es archiconocido, cual es que la nuestra es una sociedad atomizada en un grado de peligro extremo, situación a la que se alude con la mención de la famosa “grieta”, mención que si resulta equivocada, ya que en nuestra sociedad las grietas son muchas y, lo que es más grave aún transversales, en la medida que ante cada una de ellas no siempre la población se ubica de un mismo lado.

A lo que se agrega el hecho que las movilizaciones son por su misma razón de ser, una actitud radicalmente diferente a la del debate. Es que la movilización sirve para refirmar identidades y robustecer convicciones, pero al hacerlo no se argumenta sino que se exhibe una posición de fuerza relativa, o para decirlo de una manera más chabacana es “una manera de contar los porotos”.

Con el agregado que en las movilizaciones el sentimiento ahoga al razonamiento -algo que se sabe desde antes de que alguien se ocupara de la “psicología de las multitudes”- de donde de “cruzarse” manifestaciones de signo opuesto, podrían llegar a darse consecuencias indeseadas.

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