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Fuimos a saludarla por año nuevo, un ritual que aún extraño. Nos esperaba vestida toda de negro, que parecía más negro luciendo el pelo tan blanco. Estaba sentada junto al enorme ropero de donde sacaría un frasco con caramelos de menta y una moneda de cincuenta centavos, plateada como luna nueva, que ella misma escondía en mi mano, apretándola. ¡Y preguntó, como todos los años: ¡Comieron las uvas, con cada campanada"! Y tristemente, como todos los años, contestamos que no. Deberíamos haberle mentido.

Habíamos disfrutado de sidra y pan dulce, peladillas calvas y turrones duros. Pero nada de uvas.

Mis tatarabuelos españoles habían llegado a estas tierras con anterioridad a 1.890. La tradición de comer una uva al unísono con cada campanada, en el límite entre la noche vieja y la nueva nació oficialmente el 2 de enero de 1.894, cuando el periódico madrileño "El siglo futuro" alababa la nueva costumbre recién instalada, escribiendo:

"Importada de Francia, ha adquirido entre nosotros carta de naturalizada. Hasta hace muy pocos años eran muy contadas las personas que comían uvas el 31 de diciembre al sonar la primera campanada de las doce de la noche. Hoy se ha generalizado esta práctica salvadora, y en cuanto las manecillas del reloj señalan las doce, comienza el consumo de uvas más o menos lozanas.

Es cosa indiscutida, según algunos autores. Las uvas comidas con fe la última noche del año viejo, proporcionan felicidad durante el año nuevo.

Cómelas la casada para ver si consigue modificar el carácter del esposo irascible, la soltera para inflamar el corazón del galán indiferente y desdeñoso, la viuda para llegar a las segundas nupcias, y las feas en cualquier estado, para conseguir un mejoramiento de las facciones que le ha legado la naturaleza. Hay enfermos que confían más en las uvas, que en todos los específicos del mundo.

Y es más que probable, casi seguro, que esas gentes que a tales prácticas se entregan, califiquen de fanáticos y supersticiosos a las personas que cristianamente hayan empleado la última hora del año saliente y la primera del año entrante, en actos de contrición por las pasadas culpas y en formar propósitos de enmienda para el año venidero. Pero así es la humanidad, siempre necesitada de algo. Lo que hay es que cuando no se cree en Dios se cree en el Diablo, y en las supersticiones que el Diablo inspira. Aunque la gente que a tantas supersticiones se entregan no se den cuenta de ellas".


El certificado del nacimiento de este benigno y hermoso proceder venía en el citado periódico acompañado de inquietantes noticias del anarquismo en Cataluña, y del cierre, por ruina, de un diario masónico que tenía 27 suscriptores: "tan infernal periódico... y que desde hace algunos meses el vecindario se ve libre, gracias a Dios, de ese vómito de infierno”. Confío que las amables páginas que acogen mis notas, nunca reciban tamaños calificativos.

Si bien no faltan los insidiosos que atribuyen el uso de las uvas a viñateros de Alicante, en busca de mejor rédito, ya multitudes se reúnen en las plazas mayores de los pueblos de habla española, incluso las Filipinas, para comer una uva con cada campanada, las que traerán felicidad y ahuyentarán la desgracia. Entre nosotros creo que no ocurre.

Lástima que ya casi no se escuchan campanas.

Tal vez algún día ese será su única función. Señalar cuando debemos tragar las uvas "más o menos lozanas" y pedir felicidad.

Referencia: "El siglo futuro", diario católico, Madrid. Martes 2 de enero de 1894. Año XX, Número 5.663.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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