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A principios de 1984, el entonces presidente Alfonsín convocó a un acto en Plaza de Mayo en defensa de la recién restaurada Democracia. Concurrí junto a unos amigos. Yo, por aquel tiempo, me desempeñaba como diputado nacional.

Recuerdo que, mientras hablaba el presidente desde los balcones de la Casa Rosada, un grupo activo, ubicado a un costado de la plaza atronaba el ambiente con bombos y estribillos, que hasta lograron en algún momento confundir y hacer equivocar al orador.

Se trataba de un sector de la Juventud Peronista, capitaneado por una –entonces- joven militante llamada Patricia Bullrich.

Años después -en el 2000- volví a encontrar a la Sra. Bullrich cuando visitó el Superior Tribunal de Entre Ríos, en su carácter de “Secretaria de Política Criminal y Asuntos Penitenciarios” del gobierno del presidente Fernando de la Rúa.

En la conversación, mantenida en el Salón del alto tribunal, sobre todo ante las preguntas e inquietudes de los colegas del fuero penal, me impresionó el conocimiento y solvencia con que la funcionaria manejaba los temas propios de su cartera: además de su seguridad, daba la impresión de encontrarnos con una persona que se adentraba a fondo en la tarea encomendada, sobre todo en un área difícil, la que asumía con responsabilidad y decisión.

No me acuerdo muchos detalles, yo no estaba en la cuestión penitenciaria, pero sí me quedó grabado cuando nos informó que, a poco de asumir, había dejado cesantes 112 guardiacárceles que favorecían la salida de presos y los acompañaban en sus asaltos.

De ese cargo en el gobierno de De la Rúa pasó al Ministerio de Trabajo, reemplazando a Flamarique, (aquel de la Banelco).

De su breve desempeño en esa cartera, no podía sino mirar con simpatía su intento de enfrentar un sector corporativo que, ni en democracia ni en dictadura, se le han podido acotar sus poderes, cuando propuso, entre otras cosas, un reglamento para obligar a los dirigentes sindicales a presentar y actualizar declaraciones juradas de bienes e ingresos.

La debacle del gobierno de De la Rúa, en la crisis del 2001, dejó en la nada tales sanos propósitos.

Ahora Patricia es candidata a presidenta por una de las fracciones en que se divide la coalición opositora.

Y llama la atención que se le haya desatado, como a otros, lo que algún medio llama, con verdad, “campaña sucia”, traducida en una pegatina de carteles que aluden a su pasado Montonero y real o supuesto “nombre de guerra”.

La Sra. Bullrich ha reconocido, por otro lado es público, su anterior militancia en la Juventud Peronista, por aquellos años brazo legal de la organización Montoneros.

Ha negado eso sí, haber participado en acciones subversivas violentas.

Aún si hubiera llegado a hacerlo: el propio José Mugica, ex presidente constitucional del Uruguay ha admitido su anterior militancia Tupamara, y hasta su intervención en uno que otro episodio de “acción directa”, protagonizado por aquel grupo guerrillero.

Él mismo confesó haberse tiroteado con un vigilante “por suerte, le erré”, decía el Pepe.

Algunos dan otra versión, con mayor puntería…

Se trata, por lo que se ve, de intentar catalogar la trayectoria de una destacada dirigente y aspirante presidencial como “errática” o “fluctuante”.

Pero, ¿no ha sido esa la característica casi común de la política argentina en los últimos años, en que, como se dice comúnmente “nadie resiste un archivo”?

Alguien podría calificar como “travesura de la historia”, que probablemente en los próximos comicios el candidato del “progresismo kirchnerista” sea un ex militante de la UCEDE.

Y quien represente la “derecha macrista”, una miembro de aquella “juventud maravillosa” de que hablaba el General, o la “generación diezmada”, según dichos de la vice actual.

Bernardo Salduna
Exdiputado Nacional por la UCR y ex Vocal del Superior Tribunal de Justicia de Entre Ríos, además de historiado.

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