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En el mundo laboral se presentan situaciones entre jefes y colaboradores que resultan difíciles para ambas partes; una de ellas es la que se refiere a las condiciones salariales y de beneficios. Desde la perspectiva del trabajador, en los extremos nos encontramos con los que se caracterizan por estar pidiendo siempre, diríamos los pedigüeños, y los que nunca se atreverían a plantear a su jefe una mejora de sus condiciones.

El carácter y la personalidad que hace que cada individuo sea único se ve muy bien reflejada en estas circunstancias. Hay quienes no sienten ningún tipo de limitación en plantear que quieren un aumento de salario e insisten tantas veces como sea hasta lograrlo y hay otros que jamás lo harían porque ven afectado su honor, porque consideran que si trabajan bien es obligación del superior reconocerlo y actuar en consecuencia. También están aquellos que por pudor, vergüenza o timidez tampoco se atreverían a solicitar un aumento salarial.

A ese escenario descripto debemos sumar quién es y cómo actúa el jefe, qué compromiso siente con sus colaboradores y con el buen desempeño de los mismos. Cómo es tratado él en relación con la misma situación, qué grado de satisfacción siente en su trabajo y así podríamos mencionar otros factores que afectan el singular momento de pedir explícitamente una mejor remuneración.

El personal comprendido en convenios colectivos de trabajo se verá afectado por el mismo; solo podrá plantear un encuadramiento superior a partir de las tareas y responsabilidades que desempeñe y que permitan un encuadre superior.

Situación similar se observa en las empresas públicas con estructuras remunerativas definidas por categorías o escalafones y que lamentablemente no siempre consideran el desempeño individual, tanto para un reconocimiento como para una separación.

Fuera de estos dos ámbitos el dilema por resolver cuando sentimos disconformidad con nuestros ingresos presenta dos alternativas: buscar un nuevo empleo o pedir un aumento, ecuación emocionalmente difícil.

La relación laboral desde lo formal es un contrato entre dos partes, una de ellas ofrece su fuerza de trabajo, (conocimientos, experiencias, habilidades y actitud) y la otra ofrece una retribución a cambio de un determinado desempeño o resultados.

Cuanto mayor sea la oferta laboral en el mercado más explicitas serán estas condiciones; sin embargo, en mercados laborales deprimidos puede ocurrir que los contratantes lamentablemente abusen de las circunstancias.

Cuándo y cómo pedir un aumento salarial además del vínculo entre jefe y colaborador, se verá afectado por distintos factores que se deben tener en cuenta, entre otras la situación económica de la organización, el mercado de salarios, el propio desempeño y cuáles son las fortalezas diferenciales que permitirían tener una respuesta positiva.

Si bien nadie es imprescindible, determinadas fortalezas son más complejas de reemplazar, por lo que es recomendable ser consciente de cuáles son ellas y si existen…

No obstante, y a pesar de todas las apreciaciones y condimentos expuestos, no hay una receta o fórmula mágica que nos garantice resolver satisfactoriamente esta situación.

En mi trayectoria profesional he transitado múltiples experiencias, tanto como jefe directo o como responsable de diseñar, implementar y administrar las políticas de compensaciones y beneficios. En ambos roles el desafío permanente fue, y aún hoy es, administrar el concepto de la “JUSTICIA RELATIVA”.

En diversas oportunidades estaremos condicionados en reconocer y compensar a colaboradores sobresalientes por el impacto en el resto de la organización. La discrecionalidad sin normas o límites preestablecidos conlleva al riesgo de una anarquía remunerativa que no debe darse en una organización razonable.

“EL QUE NO LLORA NO MAMA”

El origen de la expresión “EL QUE NO LLORA NO MAMA” se remite a los bebes o niños que aún no hablan y que lloran para pedir que le den el pecho materno o el biberón.

Llevado al mundo del adulto, podríamos afirmar que si se quiere recibir algo hay que expresarlo tantas veces como sea necesario para lograrlo…

“El que no llora no mama” no solo se presenta en el idioma español; existen analogías en otros idiomas.

En inglés se usa “The Squeaking Wheel gets the Grease” -la rueda que chirrea recibe la grasa–. O en alemán, “Wer nichts verlangt, bekommt auch nichts” –el que nada pide, nada recibe-.

No puedo dejar de mencionar que en el año 1935 el compositor, músico, dramaturgo y cineasta argentino Enrique Santos Discépolo escribió el tango “Cambalache”, una extraordinaria composición que de modo muy singular describe la sociedad argentina de aquellos tiempos. Algunos dirán “y de la actual también”.

Siglo veinte Cambalache
Problemático y febril
EL QUE NO LLORA NO MAMA
Y el que no afana es un gil…

Lamentablemente este tango se ha convertido en un triste símbolo de una parte de la comunidad argentina que afecta a todas las instituciones y a los valores de una sociedad en decadencia.

El mundo laboral no es ajeno a lo antes expuesto. Quedará en cada individuo escoger ser un pedigüeño serial (llorón) o actuar con razonabilidad y sentido común, para construir una relación que favorezca una comunicación honesta y transparente, que permita plantear una mejora de las condiciones económicas como una circunstancia absolutamente normal.
Fuente: El Entre Ríos

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