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Estamos en la “chiquita”. Digo “estamos”, en primera persona del plural, porque me siento parte y también cómplice, por acción u omisión, de ese “mundo mediático” que goza averiguando si el Papa Francisco es más o menos peronista, si lo apoya a Grabois, si mandó a votar a Alberto, si le sonríe más a unos que a otros, a quiénes les regala rosarios, y un interminable listado de “asuntos” noticiosos.

Mientras tanto, el Sumo Pontífice se atreve a ir a Irak, con todos los riesgos que ello implica, a plantear un acercamiento entre civilizaciones. Pero como somos tan “genialmente” egocéntricos, no faltará alguno que piense que lo hace para despistar a los argentinos… Porque, supuestamente, vendríamos a ser su única preocupación. Es más, no faltará quien suponga que su mirada geopolítica sea algo así como una táctica para disfrazar su verdadero y único objetivo: la política argentina. Suena cómico si no fuera expresión de nuestro extravío.

Se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con las ideas que transmite el Papa Francisco, pero tanto para asumir una postura como la otra es indispensable cumplir un requisito: LEERLO. No alguna que otra frase aislada, recortada en un diario, sino los documentos completos. Sin cumplir esa condición, haríamos bien en callar.

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Claro que, leerlo es una tarea que conlleva sumergirnos en la complejidad y se traduce en una invitación a abandonar prontamente los simplismos con los que lo prejuzgamos tildándolo de marxista, pobrista, populista, peronista, y vaya a saberse cuántas categorías más, útiles para encasillarlo, para reducirlo, pero no para entenderlo.

Valgan dos ejemplos de esa complejidad: su alegoría del “poliedro” para representar la realidad en su diversidad. O también aquello de las “tensiones polares”, con raíces en el filósofo Romano Guardini. ¡Cuánto cambiaría nuestra sociedad si abreváramos en ambas premisas!

Una de las cuestiones que surgen evidentes es que el Papa Francisco le está diciendo al mundo (¡al mundo y no sólo a la Argentina!) que si no se intentan cambios profundos, vamos a chocar… y no será cualquier choque… La advertencia no sólo está ligada al deterioro del ambiente. También, especialmente, a las gravísimas desigualdades que se conjugan con la destrucción del hábitat y una decadencia moral, conformando un cóctel explosivo.

Otra cuestión medular en los documentos del Papa Francisco es la urgencia de que la “política” procure una real “cultura del encuentro”, capaz de abrazar la diversidad. Se asume a sí mismo como una “persona de pensamiento incompleto” que, para ser constantemente “completado”, necesita del diálogo con los otros, distintos a él. Y del mismo modo nos invita a definirnos: como “personas de pensamiento incompleto necesitados siempre de los demás”.

Esta cuestión de verse a sí mismo como alguien “incompleto” no suena muy “argentino”, ¿no? Nuestra actitud más frecuente es exactamente la contraria. Pareciera que cada cual ya lo sabe todo, ya ha adquirido un mundo de certezas despojado de toda duda, y, sobre todo, no necesita de los otros, menos aún de quienes están del otro lado de la grieta.

En su reciente Fratelli Tutti, Francisco incluye definiciones sobre la cultura del encuentro y el diálogo como herramienta para la paz social, de indudable profundidad, aún a sabiendas de que sus planteos puedan ser tenidos por “ingenuos”.

Aquí van algunos párrafos, que lucen como una invitación y provocación al mismo tiempo:

“La paz social es trabajosa, artesanal. Sería más fácil contener las libertades y las diferencias con un poco de astucia y de recursos. Pero esa paz sería superficial y frágil, no el fruto de una cultura del encuentro que la sostenga. Integrar a los diferentes es mucho más difícil y lento, aunque es la garantía de una paz real y sólida. Esto no se consigue agrupando sólo a los puros, porque «aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse». Tampoco consiste en una paz que surge acallando las reivindicaciones sociales o evitando que hagan lío, ya que no es «un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz». Lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias. ¡Armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo! ¡Enseñémosles la buena batalla del encuentro!”.

Y en una página anterior, dice:

”De todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible. Esto implica incluir a las periferias. Quien está en ellas tiene otro punto de vista, ve aspectos de la realidad que no se reconocen desde los centros de poder donde se toman las decisiones más definitorias.
Fuente: El Entre Ríos