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Hace poco, un casino importante norteamericano compró en un remate “on-line" una pequeña piedra del tamaño de una pasa de uva. Por una se pagó U$A, se trataba de un cálculo renal que le había sido extraído a un actor famoso en aquellos pagos. Aparentemente, el preciado objeto va a formar parte de una colección de curiosidades de objetos-símbolos que pertenecieron a famosos y queridos, como el porsche de James Dean, o la guitarra de Elvis. Nosotros debemos tener los "nuestros”, de entrerrianos o litoraleños, que gozaron de gran fervor en nuestro pueblo. En la colección pueden entrar autógrafos, dedicatorias, lápices labiales, alguna prenda íntima, innumerables fotos. Se trata de las reliquias contemporáneas de "los famosos”. Los santos de hoy suelen estar ocultos.
La palabra reliquia deriva del latín reliquum que significa: lo que queda. Fue lo que los primeros cristianos atesoraban de todo lo perteneciente a Jesús, y que luego se trasladó a todo lo que hubiera pertenecido a sus discípulos y luego a los santos, y más allá, de los objetos personales a los mismos lugares donde tuvieron lugar sus memorables acciones o existencias. Para muchos cristianos tener o venerar alguna reliquia es tener un trozo de cielo en la tierra. Carlomagno, alrededor del 800, ordenó su veneración por ley. Sabemos que esos cultos llevaron a la exaltación de muchos lugares, a las peregrinaciones y las falsificaciones. Hubo reliquias de manos de santos que contaban como 40 dedos y los clavos que perforaron las manos y pies de Cristo llegaron a 29. Todas las iglesias contaban con una en su altar mayor. Lo que es indudable es que objetos y lugares que vinculamos a seres o doctrinas entrañables despiertan sentimientos profundos, alegres o melancólicos o un oscilar entre ambos, aunque no lleguemos a arrancar un pedazo de eternidad. Pero la naturaleza y la vida nos enseñan jerarquías, mal que nos pese, porque aunque las neguemos o las ignoremos, existen, y no sé como calificar la venta de ese cálculo renal, como no sea como signo de una sociedad desquiciada, de un "ultraje a la razón”.
La contratara de esta historia es la de la campesina francesa que tenía colgada en su cocina de Compiegne una pintura de 30 x 20 centímetros, que pensaba era copia de un ícono bizantino. Se descubrió que no es así, sino que se trata de una de las pocas pinturas que llegaron a nosotros del insigne Cimabue (Florencia, alrededor de 1240) y que representa el episodio en que Jesús recibe chanzas y burlas. La pintura de este maestro representa la transición entre la pintura bizantina y la incipiente del renacimiento italiano.
Saldrá a remate con un valor estimado de seis millones de euros. ¿Otra forma de frivolidad? ¿Y cuál habrá sido la historia de ese pintura sobre madera de hace 8 siglos, hasta que encontró su lugar entre ollas y sartenes, lugar que a Jesús le hubiera gustado? ¿Y cuánto costará el cálculo renal que compró el casino, dentro de 8 siglos?
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Estas noches de primavera he estado devanando el insomnio, esperando un ruido. No el de los ratones en el entretecho, sino un crujido suave como si alguien se desperezara. Es que me dijeron una vez que eso hacen los muebles de madera en las noches de primavera, crujen, esperando un empuje de savia. No tuve esa suerte con los de mi dormitorio, están mudos, o quizá yo más sordo.Me lo recordó un pensamiento de Jean Baudrillard, filósofo francés: “La madera es buscada por nostalgia afectiva, puesto que sacó sus substancias de la tierra, puesto que vive, respira 'trabaja'. Tiene su calor latente, no solo refleja como el vidrio, arde por dentro, guarda el tiempo en sus fibras”. Y es ese tiempo guardado, el que quizá exhala en las noches de primavera... Pongan atención, escuchen... pueden tener suerte.