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Anoche soñé que encontraba en Colón una librería de viejo. La ciudad tiene años para poder contar con una, pero quizá falla el número de habitantes que la harían posible. La encontraba caminando hacia el puerto, en un local parecido a la vieja peluquería de Juan Ramón. Era una tarde verde y la vida estaba húmeda. Resbalé y ahí di con la puerta abierta que invitaba a entrar. Bajé dos escalones y, en una amigable media luz, giré para ver las bibliotecas adosadas y las mesas con ofertas. Había en ellas viejas ediciones de los Grandes Novelistas de Emecé, montones de tarjetas postales con fotos de El Palmar, el Palacio San José, el Parque Quirós, tan perfecto a poco de su inauguración, sus estatuas tan blancas y las fuentes calladas. Las bibliotecas eran viejas, sólida madera de pino, y las miré con cierta envidia: los libros estaban agrupados en ficciones, historia, manuales... no había llegado la época de la computación; algún libro de medicina muy viejo, un texto sobre las enfermedades de la mujer, que en un tiempo parecían más misteriosas que las del varón. En un rincón había un presunto retrato de Cervantes; en un ángulo un espejo mostraba un cielo blanco y una nube. El dueño -pues asumí que de él se trataba- guardaba silencio junto a un pequeño escritorio. Así debería ser, en general, cuando visito estas librerías prefiero una callada recepción y que me dejen vagar sobre la superficie de los libros, sabiendo que los que me sorprenderán o llenarán de alegría, están en el estante más alto, con polvo y el lomo algo roto, el ángulo superior de sus tapas tronchado y que deberé pedir un banquito para trepar y alcanzarlos. Silenciosamente el dueño encendió la luz.

Y aquí desperté. No alcancé a ver cómo se llamaba este tan magno emprendimiento. Imagino que figuraría en una placa, espero que no llamativa sino discreta y que tuviéramos que esforzarnos un poco para leerla. Y los horarios que harían posible la visita.

Tengo una clara preferencia por las librerías de viejo, en las modernas me aturdo un poco: nombres nuevos que no evocan nada, ¡los precios que dan miedo! Pero aclaro una cosa: no me refiero a las librerías de anticuarios, con ejemplares encuadernados en cueros suntuosos y mucho oro luciendo en armarios de roble, sino a pequeños locales grises atendidos por mayores: un anciano con melena de poeta, una señora temerosa, un joven barbado que parece descontento.

En general busco y no pregunto. Si hay conversación será breve y final. Una vez el dueño de una de estas librerías me contó que él distingue dos tipos de clientes: aquellos que entran con paso decidido y en forma muy directa piden un título de muy reciente aparición y parten sin aire de desilusión, y aquellos que entran con cierta cautela y van mirando minuciosamente los estantes y hacen más de un intento antes de sacar el libro y abrirlo con cuidado. Estos a veces compran, no pocas se arrepienten nerviosamente y parten sin saludar.

Alguien aventuró que hay una sola manera de agrupar los libros: los que valen para una hora o los que son para siempre. Olvidó el de los libros que no deberían haber sido escritos, pero a la larga el tiempo los sepulta.

A veces pienso, cuando visito estas librerías, que allí despierta en uno el instinto del cazador. La mirada panorámica, la focalización precisa, la frustración ante el tiro fallido o el libro equivocado. Alfonso Reyes escribió que "el viajar es arte de acicate y freno, como la equitación". Algo de eso hay en el frecuentador de estos, a veces sabios, lugares: el ímpetu y el tropezón, la frustración o el freno. En realidad, nuestra visita termina siendo un viaje, real e imaginario al mismo tiempo, y salir apretando algún volumen preciado tiene algo de cosecha o perdizlograda.

Cuando leo en los libros electrónicos y veo museos enteros a disposición de un click, sé que estas librerías están condenadas a desaparecer, sin alboroto, calladamente, como ocurre con tantas vidas. Y quizás para Colón ya sea tarde tener una librería de viejo, ni siquiera en alguna de esas calles que llevan a lo que una vez fue un puerto.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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