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Nunca podremos salvar la diferencia que tenemos con las estaciones del hemisferio norte. Allá las navidades blancas, aquí las tórridas. Allá, cuando el otoño enciende los árboles y es tiempo de cosechas, llegan los premios a los que hicieron algún descubrimiento deslumbrante; estas noticias rebotan aquí cuando los brotes verdes no lucen ya tan tiernos. Una disparada de premios en pocos días, casi una ráfaga de ametralladora.

Discutidos, aborrecidos por algunos, sujetos al humano error (¿quién recuerda a José Echegaray?), siguen siendo titulares e iluminando a muchos. Aunque quizás no compensen el daño hecho por tanta dinamita.

Incapaz de hacer una reseña profunda van aquí solo unos comentarios que me sugirieron los periódicos.

Así como el nadador que se ahoga lucha como puede con el agua que lo atrapa, nuestras células, ante la falta de oxígeno, ponen en marcha una serie de mecanismos para conservarlo. Sensores en las arterias dan la noticia al cerebro que ordena al corazón latir más rápido y llevar a los tejidos más oxígeno, se estimula la producción de glóbulos rojos, y con precisión se activan ciertos genes y desactivan otros, los cuales, a su vez, sintetizarán mediadores que ayudarán a sobrevivir a las células en riesgo de asfixia.

Lo interesante es que este descubrimiento, cuyas proyecciones en la medicina son muchas, fue realizado por tres investigadores que trabajaron con modestia y armoniosamente y en lugares distantes, durante largos años. Para ellos, el Nobel de Medicina. Han descripto los sofisticados salvavidas para salvar al que se ahoga.

Un astrónomo que descubrió un planeta girando alrededor de una distante estrella, así como ocurre con nosotros, habría anunciado en conferencia de prensa que el universo tiene innumerables soles con planetas girando alrededor y con probabilidades que algunos alberguen algún tipo de vida. Lo dijo con bases más firmes que las de Giordano Bruno (1548-1600), antes de ser quemado por la Inquisición, y que Camilo Flammarion (1842-1925) en "La pluralidad de los mundos habitados”, pero lo notable es que, poseído por un enorme entusiasmo, habría afirmado que Dios no tiene lugar ni cabida en el universo. La Omnipotencia y el supremo amor no tienen sitio en su creación. Me inclino a lo que sospechan algunos sabios rabínicos: Dios ha decidido tomar distancia y se ha alejado de su obra.

Por un poco de vanidad, siempre me interesó un poco más el Nobel de literatura: buscaba en él la aprobación a un autor que me gustaba mucho. Me ocurrió con Camus, y no olvido la siesta en que papá se acercó para contarme el formidable anuncio, y también con García Márquez, y más con Octavio Paz que con Neruda. Y muchísimos con los poetas polacos de nombres tan difíciles (Zimborska, Milosz) que, aún traducidos al castellano, son espléndidos.

A los flamantes premiados, no los conozco. En realidad, de Peter Handke había leído un cuento (“Sur”, diciembre de 1968) que no entendí. Desde ese año sigue una larga lista de títulos (más de 100) que dudo vaya a frecuentar. Nacido en Austria, hijo de madre Serbia, muchos escritores le reprochan su apoyo al régimen de Milosevic (olvidaron aquellos versos de Auden: "El tiempo perdona a los que escriben bien"). Incursionó en el teatro y en el cine: su traductor al castellano dijo de él: "Es un autor profundamente luminoso y alegre. Está siempre a la búsqueda de aquello que nos podría haber hecho felices y pasamos de largo y no vimos".

La otra escritora premiada es la polaca Olga Tokarezuc (1966), de quien no tenía noticias. De ella transcribiré un fragmento:

Crecí en una época maravillosa que por desgracia ya es historia. Una época en que había una gran disposición a los cambios y existía la posibilidad de concebir visiones revolucionarias. Hoy ya nadie tiene el valor de imaginar nada nuevo. Se habla sin cesar de cómo son las cosas y se retoman ideas antiguas. La realidad ha envejecido, se ha anquilosado, porque está sometida a las mismas leyes de un organismo viviente: también envejece. Sus componentes más minúsculos: los significados, sufren la misma apoptosis que las células del cuerpo. La apoptosia es la muerte natural provocada por el cansancio y el agotamiento de la materia. En griego la palabra significa "la caída de los pétalos". Al mundo se le han caído los pétalos. Pero pronto han de llegar algo nuevo. Siempre ha sido así ¿No es divertida la paradoja?

El título de la última novela de O Tokarezuc, que parece un policial metafísico, no es precisamente divertido: "Pasarás el arado sobre los huesos de los muertos”, parece terrible, pero... ¿hacemos otra cosa?
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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