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Tras varios meses de hibernación, el tipo de cambio paralelo subió unos $25 en 10 días. Los $331 del viernes no son un escándalo, ni algo que en sí mismo amerite hacer gran barullo, pues sigue por debajo del nivel que tocó durante el breve mandato de Silvina Batakis, en julio pasado.

Pero merece la pena describir el mecanismo por el cual se produce este despertar primaveral del dólar, para develar la conexión entre asuntos que, tratados de manera aislada, como los trata el Gobierno, parecerían ser pasibles de soluciones específicas, es decir, de soluciones que no afectan a otras variables monetarias y financieras.

El motor de la suba en el tipo de cambio paralelo fue la corrida del mercado contra los bonos del Tesoro en pesos. Al desplome en las cotizaciones de los bonos que vencen más allá de octubre de 2023 le siguió la solución del Banco Central: comprar los bonos cuyo precio cae. La consultora 1816 calcula que, desde el 12 de octubre, el Banco Central lleva gastados $268.000 millones para comprar bonos.

¿Por qué se produce esa corrida contra los bonos en pesos? Porque la reticencia del mercado financiero en financiar al Tesoro con plazos mayores a octubre de 2023 ha creado una bola de vencimientos de corto plazo, cuya refinanciación voluntaria se presenta desafiante. El temor a que una nueva administración decida implementar un canje compulsivo de la deuda con vencimiento a corto plazo por nueva deuda a mayor plazo ha ayudado a que desaparezca la demanda por bonos más largos. Hoy, el 58% de todos los bonos denominados en pesos vence antes de octubre de 2023. Lo que el mercado percibe es que, en algún momento, será imposible acumular más vencimientos en el estrecho camino que lleva a octubre de 2023.Sin un milagro que reavive el apetito inversor, no se puede descartar que el temor se convierta en reestructuración antes de que llegue la siguiente administración.

Si bien se estima que alrededor de 60% de los bonos que vencen está en agencias del sector público, lo importante es lo que está en manos privadas, menos cautivas a la hora de renovar vencimientos. Si lo inversores salen para evitar pérdidas mayores, y el Gobierno decide evitar una reestructuración mientras pueda, solo le queda lo que ya está haciendo: que los bonos que van a vencer, y los que el mercado ya no quiere, los compre el Banco Central.

Es esta emisión de pesos la que dispara la suba en el mercado del dólar paralelo. Podría esterilizarlos y evitar el efecto inflacionario, o el efecto cambiario, si tuviera reservas para vender a quienes quisieran dólares para cubrirse, o lograra que los pesos fueran a los bancos, quienes le comprarían Leliq a cambio. Pero, la realidad es que no tiene suficientes reservas para ponerle el pecho a las balas, ni los bancos quieren tomar depósitos y acumular más Leliq. Así que no queda mucho más que comprar dólares en el mercado paralelo.

El mercado del dólar no necesita demasiada chispa para entrar en ignición. Está claro que al tipo de cambio oficial sobran motivos para que haya un exceso de demanda de dólares. La propia página del Banco Central muestra que el tipo de cambio real está atrasado, que las reservas son pocas y que, para colmo, se pierden casi a diario, a pesar de sumar cada vez más restricciones para importar.

Quizás las restricciones no sean tan restrictivas; un viejo zorro de la economía decía que “tener la potestad de vender dólares a $160 es una virtud valiosa”. Y otro igualmente viejo y zorro se preguntaba si las SIMI y las SIRA no serían mecanismos para transferir esa valiosa virtud desde el Banco Central al Ministerio de Economía. No es descabellado, a la vista de los resultados: con más o menos restricciones, las reservas se pierden igual. El tipo de cambio atrasado es un imán poderoso.

Esta semana, el viceministro Rubinstein declaró que para que una devaluación no produjera un Rodrigazo, sería necesario tener US$ 20 mil millones de reservas netas. Al día siguiente, el ministro Massa dijo que “tenemos US$ 10 mil millones”. Y hacia el fin de semana comenzó a sonar el rumor de un nuevo “dólar-soja”. ¿Dos más dos es cuatro? Quizás no sea necesario llegar a los “20 mil millones” para proceder con el salto cambiario que muchos vaticinan. Cuándo y hasta cuánto no lo sabemos. Pero las palabras también empiezan a mover al dólar.
Fuente: El Entre Ríos

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