Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
25 millones de dólares. Un número que nos cuesta imaginarlo. Un número que para casi todos es una cifra inalcanzable. Esa es la coima que uno de los máximos ejecutivos de Odebrechet, Marcio Faria, admitió que su compañía pagó en el país a funcionarios argentinos en la obra pública para la extensión de las redes troncales de gasoductos.

¿Es mucho, es poco para un Estado, para una compañía? Eso no es importante. No, lo que importa es entender cuál fue el costo detrás de esta cifra. Porque nada fue gratis. No, la empresa brasileña no pagó un soborno para nada, sino queriendo ganase un proyecto. ¿Su oferta era la mejor para esta obra? Es difícil saberlo, lo que sí parece claro es que la ganó por pagar para obtenerla.

“¿Con lo que les costó podría haber hecho dos refinerías, no?”, le pregunta su mujer a uno de los protagonistas de la serie “El mecanismo” de Netflix cuando ven por la televisión la inauguración de una refinería de Petrobras. La ficción se inspira en las investigaciones de la Operación Lava Jato, el emblemático estudio de los casos de corrupción de la dirigencia y alto empresariado de Brasil que terminaron con el expresidente Lula Da Silva preso. El hombre contesta que “sí” y él sabe perfectamente cuánto más costó, ya que era uno de los cerebros detrás de esta red de coimas.

“Lo que se deja de hacer”, esa es la principal consecuencia de este mal que aqueja a todo el planeta, y a todas las sociedades, en mayor o menor medida. Porque cuando los recursos que se habían destinado para una obra pública, para un establecimiento público, entre muchos ejemplos más, terminan en los bolsillos de una persona y no en el lugar asignado se pierde algo. Sí, algo se deja de hacer. O como efecto de que algo que podría haber salido 5 salió 10, otra cosa también se deja de hacer.

Porque el presupuesto es uno, “la bolsa de dinero” es una.

Sí, hay una sola fuente de recursos en los países y si no se la aprovecha, se la pierde. Sí, hay cosas que se pierden. ¿Cuántas obras habremos perdido durante toda nuestra historia como consecuencia de la corrupción? Quizás si pudiéramos cuantificar todo lo que alguna vez se robó, podríamos calcular qué hubiésemos hecho como país con esa plata. Quizás hoy tendríamos otras escuelas, otros caminos, otros hospitales.

Lo importante de que salgan a la luz estos hechos es que nos abren los ojos y nos movilicen a decir basta. Al pasado no lo podemos cambiar, pero sí al futuro. ¿Cómo? Exigiendo en el presente un freno a la corrupción.

El primer paso es terminar con la impunidad de quienes hoy se dejan corromper. Brasil, aún cuando la corrupción pueda estar viva, empezó poniendo un freno a esta impunidad al juzgar a pesos pesados del mundo empresarial y gubernamental del país.

La Argentina parecería a veces intentar seguir sus pasos, pero todavía le falta. No va a pasar por arte de magia, ni de la noche a la mañana. No, para terminar con este mal, nosotros también tenemos que entender que cuando se acepta un soborno, cuando se permiten sobreprecios, cuando la sociedad se corrompe, se pierden muchas cosas. Sí, las cosas que no se ven. ¿Queremos seguir perdiendo?
Fuente: El Entre Ríos

Enviá tu comentario