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“Vayan a buscarlas bajo el ceibo, revuelvan la tierra cerca de las hortensias... y ahí aparecerán. Y póngalas en la lata con un poco de tierra”. Y ahí aparecieron de un rosado oscuro manchado de gris, brillantes, escurridizas, listas para los anzuelos... chicos crueles o solo chicos. ¡Ahora veo a los nietos maravillados con los dinosaurios y es la simple lombriz de tierra, a su alcance, la que encierra tantas maravillas!

Su cuerpo tiene de 10 a 25 centímetros de largo, pero puede en ciertas regiones superar el metro. El mismo está formado por anillos (120-150). Tienen la boca en un extremo, y el ano en el otro. Carecen de órganos sensoriales y el sistema nervioso es harto rudimentario. En sí, como individuos, podríamos definirlas como un tubo digestivo que se mueve.

Son hermafroditas, pero no pueden auto fecundarse, deben acoplarse y los huevos que resultan de ello maduran en la tierra, carecen de pulmones, respiran por la piel, que está cubierta de una secreción viscosa. Viven en la tierra suelta y húmeda, pero según las especies lo hacen a diferente profundidad, en túneles que van cavando debiendo asomar a la superficie para eliminar el excremento.

Se alimentan de residuos orgánicos, pero pueden comer partículas pequeñísimas de rocas. En un día comen una cantidad similar al 90% de su peso corporal, devuelven al medio ambiente en un material que es un abono de alta calidad. Se calcula que en 1/2 hectárea pueden encontrarse 50.000 lombrices, que en un año son capaces de remover 18 toneladas de tierra.

Son de origen acuático, viven de 4 a 5 años, cortadas en dos, el segmento que guarda la cabeza puede regenerarse. Hay no menos de 33 especies.

El gran naturalista Carlos Darwin, uno de los creadores de la teoría de la evolución, mantuvo un constante interés en estas criaturas, a lo largo de más de 40 años. Los vecinos se asombraban cuando, ya famoso, lo veían pasar los atardeceres cavando en su jardín y observándolas atentamente. En las cartas que dirigía a sus amigos, se refería a ellas como “mis amadas lombrices” (1877), “mi pasión” (1880), “podrían revolucionar el mundo” (1881). Fueron el tema de su último libro, “La formación del mantillo vegetal”, con observaciones de “los hábitos de las lombrices” de 1881, un año antes de su muerte. Fue el mayor éxito editorial, superando en ventas al libro que le dio fama, “El origen de las especies”. Es un claro ejemplo como todo conocimiento está enraizado en el amor. Darwin vio en ellas a importantes agentes de la modificación del paisaje.

Enterraron ruinas romanas y parte de las piedras de Stonehenge, y para algunos, no sé si demasiados entusiastas, fue la especie que más influyó en la historia del planeta, más que los dinosaurios e incluso que el hombre. A Darwin le interesaba su conducta, las supo sordas y probó sus gritos (evitando que les llegara su respiración) con silbatos, piano y fagot, pero eran muy sensibles a las vibraciones del suelo. Reaccionaban a la luz, siempre y cuando no estuvieran ocupadas en algo, y a ciertos olores, el de la cebolla y el zapallo, pero no a un algodón perfumado ni al tabaco. Confesó que deseaba saber cuánto de su conducta era inteligente (consciente) y cuánto poder mental demostraban; cuánto había de instinto o de juicio al elegir las hojas y concluyó que había poco que decir de su cabeza, que son tímidas. Observó cómo usaban las hojas para tapar las madrigueras, cómo las ubican con la punta hacia abajo, como lo harían los hombres, como manejan las hojas pegoteadas. Esto le sugería un modesto pensamiento, un proceso cognitivo similar, un esbozo de lo que ocurre en animales superiores y en el hombre.

Si los animales tienen inteligencia fue un tema de discusión entre los filósofos durante centurias. Para Aristóteles simulan inteligencia pero carecen del concepto de verdad. Para Agustín son irracionales, un orden menor de seres. Para Santo Tomás de Aquino podían, por ello, ser matadas indiscriminadamente.

Para Hume y Voltaire los caballos y perros están provistos de razón y pensamiento. Felices dueños de fieles perros y traicioneros gatos habrán ustedes, por si mismos, llegados a conclusiones ciertas sobre la inteligencia de estas “bestias” y no dudo un instante en proclamar que mi caballo, muerto hace años, era más inteligente que yo, y que muchos vecinos.

La sensibilidad de las lombrices a las vibraciones es aprovechada en Florida (USA) para capturarlas. Se clava un palo en el suelo y le acercan un metal vibrando. Al rato, las lombrices comienzan a asomar. Las vibraciones remedan las producidas por los topos, para quienes son un preciado alimento. Creo que en la Argentina no hay topos, no sé cuál será (entre nos) su enemigo natural, aparte de los pescadores y los teros.

Cuantificar las lombrices en los suelos es un modo de medir su calidad y su degradación. Solo 5 de 29 países europeos utilizaban este método para evaluar la calidad de sus suelos y la pérdida ha sido devastadora. En la Argentina se encontró que la siembra directa disminuye la cantidad de lombrices. Y por consiguiente, la fertilidad.

Desarrollar una granja de lombrices para comercializar su estiércol, puede ser una actividad con futuro. ¿Será así?
Fuente: El Entre Ríos

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