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Está claro que, vistas desde afuera de los ámbitos en que son tomadas, las decisiones que otros toman nos pueden parecer extrañas. Está claro, también, que quienes toman las decisiones tienen ante sí un abanico de información que probablemente sea más completo que el que tienen los meros observadores. Ello, sin embargo, no garantiza que sus decisiones sean las más acertadas, ni las más necesarias. En ocasiones, lo necesario es el anuncio, más que el efecto que produzca tal anuncio.

Esta semana, el ministro Massa anunció que el Banco Central, a través del Banco Central (BCRA) iniciaría un proceso de recompra de bonos de la deuda externa por hasta US$1000 millones. El ministro se refirió específicamente a los bonos globales con vencimiento en 2029 y 2030, aunque en la Resolución Conjunta Nº 1/2023 publicada en el Boletín Oficial el 18 de enero se incluyen todos los bonos en dólares. No quedó claro, ni en el anuncio ni en la Resolución, si el monto se refería al valor nominal de los títulos o a su valor de mercado. Como los bonos transan con paridades cercanas a un tercio de su valor nominal, la diferencia no es menor. Tampoco está claro si hay un precio máximo para ejecutar la recompra, otro detalle no menor ahora que los bonos vienen de subir más de 50% en dos meses.

Podría pensarse que recomprar deuda que transa con paridades tan bajas como la deuda argentina es una buena estrategia. Anticipar pagos futuros con casi 70% de descuento no parece una mala idea. Pero esta es una mirada parcial al asunto. Por lo general, los deudores en problemas también se preocupan por preservar su liquidez, pues en caso de tener que reperfilar sus vencimientos, podrían ofrecer esa liquidez como incentivo para mejorar las condiciones en la negociación.

En el caso de Argentina, la liquidez en dólares es escasa. Las reservas netas del BCRA no superan los US$6000 millones. Si la operación, como sospecha (¿sueña?) el mercado fuera por un valor de mercado de US$1000 millones (un valor nominal de US$3000 millones), cabría preguntarse si utilizar 1/6 de las reservas netas para recomprar bonos no es malgastarla liquidez. Es que la transacción recortaría la deuda en bonos en menos de 3%, y el total de la deuda en dólares (sumando los multilaterales) en apenas 2%. Es decir, no habría cambios en la sostenibilidad de la deuda, y costará sostener las subas de corto plazo en los precios, algunas ocurridas sospechosamente en los días previos al anuncio formal.

En el mercado financiero, y en los medios de comunicación, se especulaba con que el anuncio podría revivir una operación de swap de dólares contra bonos que permitiera recomponer la liquidez de las reservas. Curiosamente, las especulaciones se basaban en la baja del riesgo país desde los 2800 puntos básicos a los actuales 1900, como si este menor valor permitiera la emisión de bonos a un precio razonable.

Otros, más cínicos, especulaban con una motivación non sancta en el anuncio: la de dotar al Tesoro y al BCRA de poder de fuego para participar en el mercado paralelo del dólar. El salto en el tipo de cambio paralelo parece ser un indicador relevante para la propia sostenibilidad del ministro ante el kirchnerismo. Recomprar bonos con dólares para venderlos contra pesos es un mecanismo para mantener el tipo de cambio contado con liquidación a raya, aunque es un mecanismo prohibido en el acuerdo con el FMI. Claro que, hecha la ley, hecha la trampa. Y el FMI está claramente en modo de espera.

Aunque los economistas rara vez aciertan con sus pronósticos, pocas veces lo hacen con la tendencia. Y para 2023 anticipan pocos cambios en la inflación y una caída fuerte en el crecimiento. Para colmo, el cielo sigue sin mandar agua que nos ayude, y los pronósticos para la balanza de pagos son cada día más sombríos. Van a faltar muchos miles de millones de dólares en comparación con 2022. Es este otro factor para poner en la balanza de las ventajas y desventajas de la recompra.

Paul Samuelson define a la economía como el estudio de cómo las sociedades utilizan recursos escasos para producir bienes valiosos y distribuirlos. Todo pinta para que en 2023 los recursos sean escasos, probablemente insuficientes para ser mostrados en una campaña. Tal vez por ese lado deban entenderse los anuncios como el de la recompra de bonos. A falta de recursos y de buenas noticias, sobran anuncios. No importa que contengan más ruido que nueces. Si hay dudas sobre los anuncios, el ministro las conjura con otros anuncios.

No se trata de ser o no negativos, pero sí de poner las cosas en su lugar: no estamos ante anuncios que realmente cambien el estado de las cosas, sino en un estado de anuncios permanentes cuyo mayor afán es el de poner un velo sobre la escasez con la que convivimos.
Fuente: El Entre Ríos

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