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No sé si la discusión sobre la utilidad de los barbijos ha sido la más apasionante de estos días. De alguna manera, puede vinculársela al debate de la cuarentena. Ambos tuvieron defensores y rechazos y se mantienen y seguirán así como un juego de escondites, vaya uno a saber por cuánto tiempo. Como todo lo que nos rodea, los barbijos tienen su historia y parecen haber surgido al final del siglo XVlll, contemporáneos pues de nuestras ideas libertarias, justamente ellos que nos sofocan un poco. Al principio fueron un trapo, o un pañuelo que se embebía en perfumes y su fin era apartar el miasma, la fetidez.

Alrededor de 1860, Louis Pasteur demostró que la fermentación y la putrefacción eran producidas por gérmenes presentes en el aire. En 1867, Joseph Lister, un cirujano inglés, postuló que las infecciones de las heridas eran causadas también por esos gérmenes y aconsejó el uso de los antisépticos. En 1880, Robert Koch descubre los bacilos causantes de la tuberculosis y el cólera. En 1890, William Halsted introdujo el uso de guantes de goma muy finos para usar en las cirugías. El mundo se había olvidado de Aulo Cornelio Celso, que en la primera centuria después de Cristo había aconsejado la meticulosa limpieza de las heridas.

¿Cuántas verdades vislumbradas en tiempos idos estarán hoy olvidadas? En 1847, Ignacio Semmelweis libró una amarga lucha contra sus colegas para imponer el lavado de las manos en la atención de las parturientas y limitar la fiebre puerperal que hacía estragos. Fue derrotado, carecía de una base teórica que solo pudo brindársela Pasteur años más adelante. Fue la suya una de las historias más tristes de la medicina.

A partir de 1880, y por insistencia de los cirujanos, comienza a insistirse en la asepsia. De las manos, en quirófanos, en la ropa usada para las operaciones. Johann Mikulicz y Karl Flügge mostraron que pequeñísimas gotas en aire espirado contenían gérmenes. Mikulicz comenzó a usar barbijos en 1897: una pieza de gasa con cordones en los extremos, que como una banda, cubría nariz, boca y barba. El análisis de mil fotografías tomadas en quirófanos de Europa y USA entre 1863 y1869, revelaron que en 1923, unos 2/3 de los que intervienen en una cirugía usaban máscaras, y en 1935 la mayoría.

Los barbijos salieron de los quirófanos cuando la gran peste de Manchuria (China) en 1910-1911, que se originó por el comercio de las marmotas, y en la pandemia de gripe española en 1918-1919. Durante ésta, la baja mortalidad que se observó en la ciudad de San Francisco, Estados Unidos, se atribuyó al uso del barbijo por los ciudadanos. Una primera patente ocurrió en 1919. Desde entonces, distintos tipos se fueron sucediendo. Inicialmente eran de papel, luego de algodón, que se esterilizaban. Luego de materiales sintéticos, pero no eran esterilizables. En 1969 son ya descartables.

Un estudio de 1975 confirmó que los de algodón en cuatro capas son superiores a las de papel y a los de materiales sintéticos, y que los lavados mejoran su función por su acción sobre las fibras. Sobre los de confección casera y los que se venden en general, ignoro si hay estudios de su eficacia, y si hay recomendaciones con bases sólidas para el material a usar por las autoridades responsables.

Un tema para historiadores locales: ¿Cuándo se empezaron a usar barbijos y guantes de goma en nuestro Hospital San Benjamín, en Colón?

La escasez de barbijos en la actual pandemia revela alguna fragilidad en los sistemas sanitarios. El predominio de los descartables que encontramos en tantas tareas médicas, que van desde las agujas y jeringas, a vestimentas para quirófanos y barbijos, siguió la consigna recomendada por la revista LIFE en 1955: “Desechar, descartar”. Algunos sugieren volver a los barbijos que pueden ser repetidamente lavados y usados indefinidamente.

En realidad, el interés de Halsted por los guantes de goma fue -dicen los rumores- más que por la asepsia, para impedir la acción de ciertos antisépticos en la piel de las manos de una de sus enfermeras. Luego, se casó con ella.

Mientras escribo esto, miro mis negros y arrugados barbijos que cuelgan de un picaporte, y recuerdo aquellos desolados versos de Lugones: "En la percha del testero/el crucificado frac/exhala fenol severo".
Fuente: El Entre Ríos

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