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Recuperar el acceso al financiamiento será un trabajo muy arduo para el país

El tamaño de la decepción con Argentina y de la sorpresa que provocaron las urnas ha fomentado, desde inicios de 2018, una caída brutal en los precios de bonos y acciones. Algunos precios y valoraciones han caído a niveles ya no del kirchnerismo, sino de la crisis de 2002.

El mercado accionario cayó más de 80% desde enero de 2018. Para junio de 2002, había caído 88% desde enero de 2001. Es cierto que para replicar aquella baja queda un potencial de caída sustancial, pero las condiciones de uno y otro tiempo no parecen comparables.

En los precios actuales de las acciones se anticipan descalabros que no parecen probables: que Vaca Muerta desaparezca, que Argentina sea como Venezuela, que los bancos dejen de existir. Algunas empresas cotizan en valores irrisorios en comparación con lo que costaría reconstruir sus activos netos. Otras cotizan por menos que el efectivo que tienen en cartera.

Sabemos que de estas peripecias hemos visto varias, y que valores como los actuales siempre han sido una gran oportunidad para los inversores osados.

Algunos precios y valoraciones han caído a niveles ya no del kirchnerismo, sino de la crisis de 2002

Hay tres grupos definidos de inversores en papeles argentinos. En primer lugar están aquellos que compraron los bonos y las acciones del país y sufrieron toda la baja de precios. Éstos están enojados pero, a la vez, parecen resignados y reacios a desprenderse de sus posiciones a estos precios que parecen de remate.

En segundo lugar están aquellos a quienes la debacle encontró sin posiciones que lamentar. Éstos prefieren ver antes de jugar. La volatilidad de los activos argentinos merece esperar para ver qué cartas juega la próxima administración antes de comprar. Si todo sale mal, no habrán tenido pérdidas; si sale bien, el potencial de suba es tan alto que podrán darse el lujo de perder las primeras subas.

Por último, están los buitres, que se frotan las manos ante la oportunidad en ciernes. Están entrenados en el ejercicio de comprar y esperar al momento de sentarse a negociar. Saben que si no hay políticas extremas, desde estos precios hay poco para perder.

Durante los últimos cuatro años, el estado nacional, las provincias y las empresas recibieron apoyo externo de manera fluida. Las empresas usaron los fondos obtenidos en destinos bien definidos: aumentar la capacidad productiva para generar los fondos necesarios para eventualmente pagar las deudas o retribuir al capital. Pero los estados (Nación y provincias) usaron la deuda mayormente para financiar gastos corrientes. No crearon fuentes de aumento de los ingresos futuros que garantizaran el pago de las obligaciones.

Cuando se comenzó a dudar de la capacidad de pago, los títulos de la deuda pública pasaron a cotizar bien por debajo de los títulos corporativos. Pero las empresas no se salvaron del todo: aunque sus bonos resistieron bastante bien el embate, la caída de los títulos públicos provocó una baja brutal en el precio de las acciones. La confianza del mercado se quebró para toda la Argentina.

A los inversores que de verdad confiaron en el país costará traerlos de vuelta; sólo los buitres se preparan para volver

Los países emergentes necesitan, para desarrollarse, construir una base de capital que sustente el crecimiento. La construcción de esa base de capital demanda inversiones que al comienzo los países no están en condiciones de solventar.

En general, el financiamiento para esas inversiones proviene del exterior, porque el ahorro interno es insuficiente para sostener el proceso de manera sostenida. Con el tiempo, los países exitosos logran construir una moneda nacional que les permite reemplazar de a poco el ahorro externo por ahorro nacional.

Argentina nunca logró reemplazar financiamiento externo por financiamiento en pesos de manera sostenida, y así aislarse en parte de los cimbronazos externos sobre los que en nada se puede influir. Cuando parecía que, durante el gobierno de Macri, lo lograría con aquellos bonos en pesos a tasa fija, el flujo se cortó pronto. La decepción en el combate de la inflación, las subas de tasas, la devaluación del peso y, para colmo, el nuevo cepo, provocó pérdidas de las que los compradores de esos bonos difícilmente se olviden.

Cuando un país tiene una dependencia alta del ahorro externo, lo mejor que le puede pasar es que quienes lo financian no pierdan la confianza que los llevó a prestar. Lamentablemente, Argentina se ha convertido en una decepción serial.

A los inversores que de verdad confiaron en el país costará traerlos de vuelta; sólo los buitres se preparan para desembarcar.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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