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Una semana de calma no asegura que la volatilidad se vaya a ir, pues es una necesidad de las campañas

La elección nacional se vuelve a presentar muy en línea con la volatilidad atávica que mucho daño le ha hecho al país y tanta mala fama le han granjeado en el resto del mundo.

La continuidad (y la estabilidad) han sido puestas en jaque por que la gestión económica del gobierno de Macri no brindó las prestaciones esperadas. Pero, además, porque carente de buenos resultados en materia económica, el macrismo ha escogido una estrategia electoral, basada en el espanto por la alternativa, que ha exacerbado la volatilidad.

Argentina no ha aprendido que no es necesario hacer de cada elección presidencial una cuestión de vida o muerte. La continuidad no es una cualidad que en términos comparativos distinga al país de manera favorable, y su falta es crucial a la hora de comprender nuestro paulatino retraso respecto de otros países de la región.

Esos otros países acordaron, de manera explícita o implícita, los puntos que esta semana puso el Gobierno en su propuesta a la oposición y entendieron hace tiempo que romper todo no es la forma adecuada para fomentar el desarrollo económico. En Argentina, a la propuesta de Macri cabe interpretarla con suspicacia. Su contenido es demasiado amplio, y el momento elegido para lanzarla, sobre el final del mandato, invita a dudar de sus buenas intenciones.

El tiempo que resta hasta las elecciones de octubre se asemeja a la eternidad

Es que más que un genuino intento por alcanzar acuerdos, la propuesta parecería servir al Gobierno en tanto llama a la oposición a expresarse respecto de asuntos que parecen de sentido común, aunque estén reñidos con algunas prácticas del pasado. Es que el silencio ha sido de gran utilidad para todos los líderes opositores que ven como la economía esmerila la imagen de Macri.

Sea como fuere, que el Gobierno recobrara la iniciativa bastó para que los nervios de la semana anterior comenzaran a disiparse. De repente, que el dólar cueste $45 ya no es motivo de pánico, sino que tranquiliza que se sostenga en este nuevo nivel. La histéresis es el fenómeno de acostumbramiento a condiciones que poco antes nos escandalizaban.

Una semana atrás, los bancos de inversión, los consultores económicos y los medios jugaban a hacer ejercicios de cuál sería el peor escenario posible. Trazando analogías con 2001, se preguntaban si el sistema bancario podría resistir una corrida de depósitos, o el Banco Central una fuerte dolarización. La realidad es que a cada depósito en dólares le corresponde un dólar de encaje en el BCRA. Y si algo dejó en claro 2001 es que aún en el peor de los universos, no todos los depósitos pueden irse, porque la gente aún compra los bienes en pesos. En 2001, con una crisis terminal, se fugaron menos del 30% de los depósitos. Hasta hoy no hay indicios de susto en los bancos.

Una semana más tarde, la histéresis, más un par de encuestas que revierten la caída de Macri, cierta estabilidad en la cotización del dólar y la mejora en las cotizaciones de bonos y acciones dieron rienda libre a una mejora de las expectativas. Nos tranquilizamos con poco, así como otras veces entramos en pánico sin demasiada justificación.

Una eternidad durante la cual será difícil abstraerse de las idas y vueltas entre el pánico y la calma

La catarata de noticias y de opiniones en las que se da rienda suelta a las más descabelladas conjeturas nos augura que este año viviremos en riesgo. Nada que no nos venga ocurriendo cada dos años, aunque no por costumbre se haga más llevadero.

El llamado a un acuerdo por parte del Gobierno trae a colación la reciente visita que nos hiciera el expresidente español Felipe González. Felipe, exhibiendo habilidades de zorro, deslizó que estaba “harto” de que cada vez que pisaba el país le preguntaran por el Pacto de la Moncloa. Primero, porque hace décadas que le preguntan y no pasa nada. Segundo, porque rechaza que las soluciones del pasado puedan resolver los problemas del presente y del futuro.

Al fin de cuentas, pocos creen en el gran acuerdo que todos exaltan en sus discursos. Es que al gobierno y a la oposición les resulta más conveniente jugar al maquiavelismo. A unos porque les conviene que el temor al pasado esté vivo, y a otros porque necesitan que al gobierno le vaya mal hoy. De los ciudadanos nadie se ocupa. Sólo les queda contar los días y las horas hasta que la elección acabe.

El tiempo que resta hasta las elecciones de octubre se asemeja a la eternidad. Una eternidad durante la cual será difícil abstraerse de las idas y vueltas entre el pánico y la calma.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa