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La dicotomía entre discurso y hechos complica el acuerdo con los acreedores.
 
La tarea que le ha tocado en suerte al ministro Guzmán no es nada sencilla. Debe lidiar con problemas muy variados, remando contra discursos que a veces no le permiten encontrar las mejores soluciones.

Un ejemplo claro es la negociación para reperfilar (como se dice ahora) la deuda. Guzmán anunció esta semana un ambicioso cronograma.

La semana entrante debería aprobarse la Ley de Sostenibilidad de la Deuda. En la segunda mitad de febrero, los agentes que hayan sido contratados presentarán las propuestas preliminares a los bonistas.

En la primera mitad de marzo se hará la presentación de una propuesta formal. Se plantea la conclusión del proceso para fin de marzo.

La mayoría de los analistas coincide en que será muy difícil cumplir con este cronograma tan apretado. Por qué tanta urgencia, cabe preguntarse.

Parte de la respuesta está en la urgencia política que nace de las expectativas acerca del efecto positivo que podría generar un pronto acuerdo. La otra parte de la respuesta está en el cronograma de vencimientos de la deuda: no hay recursos infinitos para hacer frente a todos los vencimientos. Y aunque no parece imprescindible que el 31 de marzo el acuerdo esté sellado, lo cierto es que el 7 de mayo hay un vencimiento de casi USD 3000 millones de capital e intereses del AY24 que parecería marcar un límite. 

Guzmán lidia con los bonistas según las reglas del mercado, mientras Fernández pide ayuda al Papa y despotrica contra el FMI.

A grandes rasgos, hay tres tipos de bonos soberanos: en pesos, en dólares bajo legislación argentina y bonos de la deuda externa. Al parecer, los bonos en pesos no sufrirían más reperfilamientos forzosos. Los bonos bajo ley extranjera son el objeto de las negociaciones que lleva a cabo Guzmán y de la Ley de Sostenibilidad de la Deuda.

En el medio caen los bonos en dólares bajo ley local, a los cuales, al parecer, les tocará un reperfilamiento por decreto que sería similar al que se ofrecerá a la deuda externa. El plazo del 31 de marzo, entonces, parece una guía que permita definir el tenor de este decreto. Quizás sea la fecha en que deba emitirse el decreto que reperfile la deuda bajo ley local. En todo caso, no se puede llegar al 7 de mayo.

Alberto Fernández ha puesto muchas fichas en el reperfilamiento, apostando a que si resulta exitoso dará un puntapié inicial a la reactivación y apuntalará su poder político.

Sin embargo, su discurso, en ocasiones, parecería conspirar contra el acuerdo. Cuando critica al FMI y a sus “recetas que siempre fracasaron” (aunque, en realidad, sólo fracasaron en Argentina), empantana el proceso. También lo hace cuando invierte el orden de las cosas y afirma que sólo podremos tener un plan después de reperfilar la deuda.

El éxito del acuerdo con los acreedores externos no depende de su buena voluntad. En precios inferiores a 50% de paridad, los bonos indican que la credibilidad del país es baja. Esta credibilidad no puede brindarla la República ni ningún funcionario del Gobierno. Sólo se conseguirá con el aval del FMI al proceso de reperfilamiento y al Análisis de Sostenibilidad de la Deuda (ASD) que presente el país para demostrar que cumplirá con los nuevos plazos de pago. Pretender acordar sin que Fondo de su visto bueno es inviable.

No es sencilla la tarea que le toca a Guzmán: debe convencer a los acreedores de que su propuesta es seria a pesar del discurso de Fernández.

Los plazos son cortos, y los vencimientos agobiantes 

De hecho, Guzmán se maneja según el manual. Más allá de interpretaciones simplistas, lo importante del viaje de Guzmán a EE.UU. fue la reunión con el FMI. De allí se trajo la buena noticia de que una misión vendrá la semana que viene. 

Entretanto, la agaencia Bloomberg afirmó esta semana que Guzmán anunció a los inversores con los que se juntó que “pronto” presentará el ASD.

Guzmán entiende qué necesita para alcanzar un acuerdo exitoso. Es una pena que parezca no poder decirlo.  ¿Y las contradicciones? ¿Son una táctica de distracción?

Mientras Guzmán lidia con los bonistas según las reglas del mercado, Fernández le pide ayuda al Papa para resolver el asunto de la deuda, y despotrica contra el FMI. Ni el acuerdo es una cuestión de fe, ni los acreedores pueden ser forzados a entender que la política argentina provoca estas ambigüedades.

Lo único que queda claro es quién debe ser tomado más en serio. No queda claro que sea quien lleva la batuta.

El alarde de argentinidad no ayuda al proceso. Si el objetivo político del acuerdo es sacar a la economía del pantano, discurso y hechos harían bien en alinearse. Los plazos son cortos, y los vencimientos agobiantes.
Fuente: El Entre Ríos

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