Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Los avances tecnológicos y la falta de capacitación laboral

Volvemos sobre un tema de una importancia tal que se puede afrontar, sin complejos, la acusación cierta de encontrarnos reiterativos. Nos estamos refiriendo para indicarlo en positivo, a una cuestión trascendente cual es la del trabajo humano. Un tópico no menor, porque con el mismo está en juego no solo la necesidad de “ganarse el pan”, sino la misma dignidad del hombre, como persona que es.

Puesta en negativa, la misma cuestión en una de sus facetas o perspectiva de abordaje está referida a la privación del derecho a trabajar, como consecuencia de ese fenómeno al que le damos el nombre de desempleo. Un fenómeno que a su vez tiene dos caras, referida la primera de ellas a lo que cabría considerar el “desempleo estructural”; y la otra, la que tiene como causa los avances tecnológicos, en cuanto los mismos aparecen como “destructores de empleos”.

El desempleo estructural, es un estado de cosas que es causa y efecto, al mismo tiempo, de la marginalidad social. Lo es en la medida que castiga a un sector social en el que resulta difícil encontrar –en el caso de poder hacerlo- un desarrollo pleno de la cultura de trabajo, en la medida que el mismo como disciplina de práctica permanente, se hace presente un segmentos generacionales que van de los abuelos a los nietos, pasando por los padres de éstos, que han vivido virtualmente toda la vida en la dramática situación de desempleados.

Es precisamente esa circunstancia, la que hace que en situaciones de actividad económica normal –y aun en situaciones complicadas como las que actualmente atraviesa nuestro país- exista una demanda laboral insatisfecha, por cuanto la misma reclama trabajadores con una determinada capacidad.

Una situación, en la que se hace presente, la capacitación laboral como problema. No solo vista las cosas desde la perspectiva más general que aparece como obvia, cuando se habla de la “capacitación” de una manera indeterminada y por ende imprecisa sino, sobre todo, si se lo hace partiendo de la base que es necesario que esa capacitación se haga no ya solo en función de las profesiones u oficios actuales, sino teniendo en cuenta que, a pocos años vista, muchas de esas profesiones u oficios no tendrán cabida en función de los mencionados avances tecnológicos. Ello considerando los mismos son destructores de una manera totalmente depredadora de puestos de trabajo, en la que “la máquina” entendida en su manera más extrema concebible, desplaza y sustituye al trabajo humano.

De allí que venga al caso la referencia a una noticia de fuentes mejicanas, que da cuenta que en ese país dos de sus mayores bancos se han embarcado en las últimas semanas en una oleada de despidos masivos, un estado de cosas que –según agrega la misma fuente- amenaza con extenderse al resto de la competencia.

El primero en hacerlo fue la segunda entidad financiera del país, que tras culminar su fusión con otro banco prescindió en julio de medio millar de empleados por duplicidades.

El segundo caso está referido al banco que la misma información considera como el líder absoluto del mercado mejicano en la materia. Se trata del BBVA Bancomer, que en septiembre anunció que eliminará mil quinientos trabajadores —el 4% de su planta de personal— en un intento por adaptarse a la nueva realidad tecnológica, en la que es necesario mucho menos personal para llevar a cabo el mismo volumen de operaciones.

A lo que se agrega el hecho que el mes pasado Citibank Amex despidió dos mil empleados para “simplificar y agilizar” su estructura organizativa.

De allí que se señale también -viniendo a confirmar de esa manera consideraciones nuestras efectuadas precedentemente- que detrás de esta ola de despidos está, según todos los especialistas consultados, la proliferación de plataformas tecnológicas que permiten a los clientes llevar a cabo la operativa del día a día sin necesidad ya no solo de pisar su sucursal bancaria, sino de hacer una simple llamada telefónica, con lo que estaríamos ingresando en una época en que “todo está hoy disponible a golpe de clic.”

Se trata entonces de un proceso que no ha hecho sino comenzar, ya que como es frecuente escuchar la digitalización ha llegado para quedarse, algo que plantea respecto a lo que entendemos como “capacitación”, comenzar por la difícil tarea de tener que estructurar en qué dirección se orientan las nuevas necesidades de empleo, de manera de comenzar a dotar a la población de las “nuevas capacidades” que ese estado de cosas exige.

Es que se estima que los efectos de esta revolución tecnológica a la que estamos asistiendo llegará a una cima, que por supuesto no se pretende sea la última, en el lapso de una generación, o sea un cuarto de siglo.

Un lapso que puede llegar a tener una extensión mayor en países como el nuestro, teniendo en cuenta, entre otros factores, la “rigidez” de nuestro régimen legal en materia laboral que dificulta a las empresas, por el costo que representan las indemnizaciones por despido, los “adelgazamientos” de la planta laboral. A lo que se debe agregar la circunstancia que todavía en algunos sectores de nuestro territorio el acceso a Internet o no existe o es muy dificultoso, a lo que se suma el hecho de que en el caso de la población en la que ese acceso es posible, no se da todavía su empleo en lo que se conoce “el día a día”.

De allí que el estado de cosas que enfrentamos se vuelve en principio doblemente complejo. Ya que cuando todavía aparece como lejano el momento de una respuesta adecuada y lo más generalizada posible al problema de la marginalidad, se tienen que afrontar, con iguales bríos, las consecuencias que el avance tecnológico tienen, según hemos visto, en el ámbito del trabajo humano.

A todo ello se deberá agregar una tercera cuestión que se hará presente, vinculada con las consecuencias de los avances tecnológicos, cual es el previsible acortamiento de las jornadas laborales.

Lo que plantea otro problema: ¿cómo considerar lo que no es otra cosa que la manera en que se empleará el mayor “tiempo libre” que de esa manera quedará disponible? Algo que los filósofos de la antigüedad, a la vez que lo veían cuando no como una utopía como una condición a la que podrían acceder un número casi insignificante de privilegiados, lo denominaban “el ocio creativo”. Un ocio que es algo muy diferente al quedarse “sin hacer nada”, pero que también se lo debe concebir como algo distinto a estar todo el día mirando el celular mandando y recibiendo mensajes o aplicado a diversos “jueguitos”.

Enviá tu comentario