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La linealidad con que el mercado piensa el futuro político corre el riesgo de convertirse en una profecía autocumplida

La contienda electoral nacional está siendo presentada por el oficialismo como una contienda entre el pasado y el futuro. De manera soslayada, y en ocasiones abiertamente, se deduce que la campaña de Juntos por el Cambio está montada sobre el miedo a que a un eventual triunfo de la dupla Fernández-Fernández le sobrevendría una catástrofe económica.

Este mismo discurso han adoptado los mercados financieros. Cuando las encuestas sugieren que la probabilidad de que Macri sea reelecto se diluye, el peso se deprecia, el riesgo-país busca nuevos máximos y los índices accionarios se desploman. Por el contrario, cuando esa probabilidad aumenta, como ocurre desde inicios de junio, el peso se aprecia, los bonos suben con ahínco y las acciones vuelan.

A modo de simplificación exagerada, las reacciones del mercado financiero y las dudas de muchos empresarios a la hora de invertir en activos fijos podría resumirse de la siguiente manera: Macri garantiza la continuidad, e incluso la ampliación de las libertades individuales y las condiciones favorables para la inversión, en tanto que los Fernández representan el regreso de los controles al movimiento de capital, el cepo, los controles de precios y la represión financiera. Todo coronado, probablemente, con un nuevo default.

Si no tiene tendencias suicidas, es probable que un eventual gobierno de Alberto Fernández quiera tomar decisiones sensatas

Con todo, es probable que la realidad sea distinta. Si no tiene tendencias suicidas, es probable que un eventual gobierno de Alberto Fernández quiera tomar decisiones sensatas. Decisiones que no diferirían mucho de las que tomaría un eventual gobierno de Macri. Mucho más cerca de lo que se piensa y de lo que la polarización indica.

Es que, dadas las circunstancias actuales de Argentina, los experimentos heterodoxos serían un camino seguro al desastre. De eso, cabe suponer, están al tanto los asesores económicos del Frente Todos.

Cuatro años de Macri nos han reinsertado tanto en el mundo que la vuelta atrás no podría dejar de ser traumática. La razón de deuda a PBI ha trepado a casi el 80%. La cuenta de capitales se ha abierto completamente y también lo ha hecho la balanza comercial. Y porque las circunstancias son bien distintas de las que había en el año 2001, el traspaso a precios de los movimientos del tipo de cambio es altísimo.

Pero por sobre todas estas circunstancias, hay un corsé mayor: el acuerdo stand-by con el FMI. No se podrá salir de él pagando, como se hizo en 2005, porque no alcanzan las reservas para hacerlo.

El stand-by tiene requisitos fiscales y monetarios muy exigentes y para el 10 de diciembre habrá desembolsado la mayor parte del préstamo. Las consecuencias de incumplir de mala fe con aquellos requisitos, o con los pagos, podrían ser catastróficas para el país y para quien lo gobierne. La historia argentina no exhibe casos de default exitoso. Eso lo sabe bien Macri, y también Alberto Fernández, aunque el mercado lo ponga en duda.

El meollo del asunto está en esa duda. Porque Macri goza del beneficio de la duda, pero Alberto Fernández parecería que no. Para poner un ejemplo: si Macri pone retenciones a la exportación, el mercado piensa que es porque no le quedaba otro camino y que esa decisión evita un mal mayor. Si lo hiciera Fernández, pensaría que es el comienzo de toda la serie de medidas intervencionistas arriba mencionadas.

Es probable que, de ganar, el mercado no le diera la menor rendija para mostrarse razonable

Aún si pensáramos, como el mercado, que los Fernández vendrían con la fantástica idea de tirar todo por la borda, deberíamos tener bien en claro que las circunstancias que hicieron que el descalabro de 2001 se convirtiera en una fiesta de crecimiento entre 2003 y 2008 no están presentes hoy. Un giro rotundo a la izquierda conllevaría pocos beneficios a cambio de demasiados costos económicos y políticos.

Pero el mercado no lo ve así. Para peor, Alberto Fernández no puede sino ofrecer señales difusas de que será racional en materia económica, pues la campaña está armada sobre la polarización. Es probable que, de ganar, el mercado no le diera la menor rendija para mostrarse razonable. Y si se desplomara el peso, los bonos y las acciones y enfrentara una fuga de capitales y depósitos, no le quedaría más que seguir el libreto que el mercado imaginó. Cumpliría con la profecía de imponer controles de capital, controles de precios y el cepo al dólar no porque esa fuera su intención, sino porque eso sería una consecuencia casi inevitable de su triunfo.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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