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Nuestro vocabulario político está lleno de expresiones que solo entendemos nosotros, dando su significado como sobreentendido, por esa suficiencia que da el carácter de iniciados.

Pero la mayor parte de esas expresiones pierden su valor, hasta quedar sepultadas en el olvido, a medida que el tiempo pasa, y el entorno sufre cambios radicales.

Ya casi nadie se acuerda de quiénes eran a los que, en un pasado lejano, se apostrofaba con un “mueran” justificado por su aparente condición “salvaje”, a pesar de que a los así calificados, una y otra vez se los mencionaba como “ilustrados”, en lo que también se encontraba un vicio que se daba de narices con el salvajismo.

En tiempos más próximos se escuchó hablar del “tirano prófugo” -al que no se hacía necesario mencionar por su nombre-; al mismo tiempo que se daba un nuevo significado al vocablo “gorila”, el que adquirió la extraña peculiaridad de generalizarse tanto su uso como su aplicación a personas de pensamiento opuesto, a las que tan sólo hermanaba la intolerancia; palabra que mal que mal siguen perviviendo en nuestros días.

Saltando a nuestros días, no se precisan muchas luces a la hora de adivinar cuál es el medio de prensa que según se dice miente; a la vez que nadie ignora a qué se hace referencia cuando se menciona a “la década ganada” – que para muchos no es ni “década” ni “ganada”, sino tan solo lamentablemente desperdiciada. Y a la que ahora muchos juzgan lo poco que se la menciona como la década “silenciada” u “omitida”.

Mientras tanto tiene una larga trayectoria y una vigencia permanente el habla de “poner palos en la rueda”, expresión que se utiliza principalmente en el ámbito político, en esas épocas complejas en que los disensos sofocan cualquier intento de acuerdo.

Dado lo cual no es extrañar que esa expresión sea descripta en forma sarcástica, en un texto que se titula como diccionario, aunque tenemos sobradas dudas que lo sea, si como tal no se entiende una seguidilla de vocablos descriptos con un cinismo que pretende ser realista, en cuanto vendría sacar a la luz situaciones y comportamiento a los que se trata de suavizar, buscando la manera de disimular entre otras cosas su intemperancia.

Nos referimos al Breve diccionario de la estafa política, cuya autoría se atribuye a un ignoto para nosotros Juan Luis Saldaña, y en el cual se define el “poner palos en la rueda” como una “metáfora infame y retorcida que solo utiliza la clase política. Si pones palos en las ruedas de los coches oficiales no suele pasar nada. Los palos molestan a las bicis y a los carromatos. ¿Quién se inventaría esta majadería? Seguro que el mismo que inventó el verbo «traspapelar». Poner palos en las ruedas es molestar o poner inconvenientes y trabas en algún proceso.”

Nos quedamos, para empezar, con la última parte del texto precedente, en la que - como se repite- se hace referencia a las molestias o inconvenientes que se ponen para frenar, en nuestro caso, algún proceso político. Y más concretamente, cuando la oposición en un cuerpo legislativo se resiste a dar el quórum para ser tratado, o en su caso votar “por la afirmativa” algún proyecto de ley por cuya aprobación tiene el Poder Ejecutivo un interés especial.

En tanto, para no quedar atrapados en una interpretación errónea, la que en este caso es alarmantemente peligrosa, se debe avanzar en un análisis meticuloso de lo que significa “trabar, molestar, o poner inconvenientes”. Ya que es como hasta obvio, que si bien toda manifestación de oposición a una iniciativa que impide su aprobación es una traba, ello no puede de ninguna manera tener por cierto que toda traba que la oposición genere, pueda considerarse como el poner palos en la rueda. Es que es innegable que entre los roles de la oposición, existe una forma extrema de ejercerla, cual es la del caso desmedido de trabar el proceso legislativo, cuando existen razones fundadas y argumentos consistentes para poner de manifiesto su oposición.

No entenderlo de esa manera, y considerar todo reparo a un proyecto de ley o una propuesta de otro tipo de decisiones, como una práctica condenable no significa ni más ni menos que una ignorancia supina, acerca de cuál es el legítimo funcionamiento de las instituciones de la República. Y sirve para explicar el hecho que en su momento se afirmara que nuestro Congreso de la Nación funcionaba “como si fuera una Escribanía” al servicio del Poder Ejecutivo.

Es que lo esperable es que en el funcionamiento de los cuerpos legislativos, no se haga presente la “imposición” por la imposición misma, o sea dicho de otra manera hacer valer con prepotencia y de una manera que desprestigia a la institución parlamentaria limitar a prevalecer por la contundencia de los votos, ni tampoco la oposición como sistema, frutos en ambos caso de una obtusa, y en ocasiones hasta malévola, forma de expresar la sinrazón.

Porque lo deseable, y en realidad hace a la esencia de la labor parlamentaria, reside en que ella tienda a la búsqueda de consensos. Se trata de instalar una política que gire en torno del logro de acuerdos, considerados ellos no como un acuerdo espurio, en la medida en que todos los legisladores de distinto signo logren satisfacer apetitos suyos y de sus sectores amigos, mientras se atiende no con el cuidado debido a los del pueblo. Algo que es lo mismo que asistir a la bastardeada supremacía del interés privado sobre el bien común, que se traduce en el hecho que el tener como prefijado el acuerdo queda convertido en un aberrante “toma y daca”.

De este tipo de comportamientos anómalos estamos llenos, dado los cuales se hace innecesario traer a colación ejemplos. Aunque no está demás insistir que mientras las cosas sigan siendo de esta manera nos seguirá yendo en la misma forma en las cosas tal como están hoy entre nosotros.

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