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A menudo hemos hecho referencia a la circunstancia que el cuidado del que dan muestra las plazas y paseos de una ciudad, sirve para medir de una manera “gruesa” -algo que podría indicase también con el dicho aquel que alude a los “ojos de buen cubero”- la calidad de la gestión de la administración municipal que contenta o padecen sus vecinos, según sea el caso.

En realidad, no somos originales en la aplicación de esa vara en ese tipo de mediciones, dado que también hemos escuchado señalar que es posible establecer la higiene de la cocina de un restaurante -a la que, por lo general, no se tiene acceso- con solo observar el estado de los baños del lugar. De allí que no resulte extraño que se nos haya ocurrido emplear una regla similar en las escuelas, utilizando así como vara de medida de la gestión administrativa de la misma, y con una calibración más que aproximada, el nivel de la calidad de la enseñanza impartida, observando en este caso el estado de conservación, así como el cuidado de sus patios y jardines.

Una ocurrencia que despertó en nosotros el enterarnos de los comentarios de un votante, al salir de la escuela donde había cumplido su deber cívico. Lo que molestó, al parecer, a nuestro vecino, no fue el estado de las aulas, del que poco y nada suponemos que pudo llegar a enterarse por cuanto a pesar de ser un cuarto llamado oscuro, aquel del que se sale con la boleta ya ensobrada, la media luz allí reinante es de aquellas que vuelve pardos hasta los gatos.

En cambio, lo que habría podido observar con detenimiento, dado que la luz del sol ya a esta altura del año ilumina, además de calentar con tal fuerza que lleva a que, por lo general, en el caso de encontrarse en un espacio descubierto, lleva a buscar un lugar sombreado en el que sentirse protegido. Como se sabe, afortunadamente el cielo estaba en ese momento solo nublado. Nos imaginamos por nuestra parte que, de haber estado lloviendo, no hubiera prestado atención nuestro vecino elector a un piso de baldosas que necesitaba de barrido y de baldeado. Aunque la cuestión para aquel no pasó por allí, o al menos no se nos brindó noticia de esa circunstancia. Sí en cambio lo hizo de que, en el patio de esa escuela, existían al menos dos grandes canteros, bordeados su figura o cuadrilátero con sólidos muros bajos de material, exhibían -y en lo que exhibían está el meollo de su rezongo- en toda la extensión de no pequeña superficie, un pasto tirando a césped largo y enmarañadamente descuidado entre los cuales sobresalían imprecisas partes de árboles o arbustos que, por estar maltrechos, no se podían precisar bien lo que era.

Vamos a prescindir de larga cantinela que, según nuestro informante, era demostrativa de cómo la de nuestro vecino, pero sin hacer un breve resumen de sus interrogantes. El primero, ¿los directivos del establecimiento no se percataron de esa circunstancia, y de hacerlo, la misma le resultó indiferente? El segundo, lo mismo puede decirse del resto del personal y, especialmente, de los del cuerpo docente, y en especial de los ordenanzas, ya que se supone que la cuestión cae en el ámbito de su incumbencia: ¿El problema era de escasez de personal de maestranza?, ¿no pudo solicitarse la colaboración de un grupo de alumnos voluntariosos, de manera de limpiar los canteros y plantar en ellos la cantidad suficiente de árboles de frondosa copa? Nos abstenemos de hacer referencia alguna a las autoridades educativas fundamentales, por ignorar si las mismas tienen entre sus obligaciones la de visitar las escuelas para ocuparse de este tipo de problemas.

Algo que sí no podemos dejar de decir es que la queja a que hacemos referencia no es una cuestión baladí, ya que consideramos que atender en la forma que corresponde a este tipo de situaciones es una parte no despreciable de la formación educativa.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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