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Entre otras cosas que me dejan bien, y que me hacen -según mi mamá- “un buen partido”, se encuentra mi buen dormir. Pongo la cabeza en la almohada, cierro los ojos y me despierto exactamente ocho horas después.

Y mientras duermo, sueño, cosa que me dicen es muy buena y necesaria, porque de no soñar cuando se duerme uno puede llegar a enloquecer. Pero no solo sueño cada vez que duermo, sino que también lo hago en tecnicolor, y sueño como si viera, escuchando lo que dicen, lo que además me hace pensar lo que me dicen. Y lo mejor es que me acuerdo todito lo que sueño al despertar.

Paso a contarles lo que soñé en la noche del jueves, algo que para mí fue como el sueño del pibe, o mejor dicho del gurí, y hasta admito que se diga del botija.

Soñé con Boca contra River, jugando por la Copa. Y mi tío y yo por una vez enfrentados. Porque es un gallinazo estirado. Y por mi parte tengo alma y pasión de bostero. La final de las finales. Yo relamiéndome, pensando cómo voy a gastarlo a mi tío, al ver como las gallinas caen despechugadas en La Bombonera (¡!). Lo de siempre: han arrugado, mientras veo a los míos aplastándolos de solo verlos sacando pecho.

Veo en el estadio a las dos barras bullangueras juntas, no dejando en ningún momento de alentar. Formidable. Verdaderamente formidable. Veo a las dos hinchadas hermanadas en un gran abrazo que hace de los suyos un solo corazón. Y siento la grieta sepultada por lágrimas descargadas por esas increíbles emociones. Lágrimas que a la vez me convenzo que cierran también todas las otras grietas, que no pueden compararse con esa grieta grande que se acaba de cerrar. Ya no hay gallinas ni bosteros. Tan solo hermanos con una gran pasión, la del fútbol y, otra más chiquita, la de la argentinidad.

Se me cruza entonces en el sueño la figura de Cristina, en lo que no es una pesadilla. La veo un poco cohibida, pero de cualquier manera exultante por ese, el más grande de los reencuentros -demás está aclarar que es el fraterno de las hinchadas- visitando a Mauricio en la Rosada para proponerle que hagan en ese momento la frustrada ceremonia de traspaso del gobierno, y llamándolo “mi presidente” y pidiéndole en nombre de sus muchachos, a los que, según dice, a veces se les va la mano por eso de “Macri gato, basura, vos sos la dictadura”, cosa que a ella, creo verla decir, nunca se le ocurrió pensar.

Después, mi sueño se vuelve disparatado cuando escucho mi tío decir que no hay que descartar que D´Onofrio y Angelici conformen en un orden que queda por definir la fórmula presidencial a no dudarlo ganadora por robo, para las elecciones del año próximo. Al mismo tiempo que lo oigo agregar: “No te pongas triste Tinelli, que a vos también te llegará la oportunidad”.

Me aparece de repente la cara joven de Patricia, de la época en que dicen era montonera, y que la verdad sea dicha hasta ahora no era santa de mi devoción por verla tan fachera y yendo de un lado a otro sacándose fotos, en lugar de trabajar, que me sonríe, con una sonrisa que no parece de cuento sino real.

Allí fue el momento en que estrujándome me despertó mi tío al que escuché decir “calma muchacho y dejá de soñar”. Fue cuando abrí los ojos, miré a mi tío, me di cuenta de donde estaba y me largué a llorar, sin ganas de hacerle una apuesta.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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