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Consideramos que su consumación, merece una serie de reflexiones para encuadrar esa circunstancia de una manera correcta.

Es así como primero, no abrimos juicio acerca de si la prisión a la que antes fuera sometido y la libertad que ahora se le concede, son decisiones legalmente procedentes.

Por otra parte, es conocida nuestra postura de larga data, que seguimos manteniendo, que se debe ser restrictivo al extremo en la aplicación de condenas a prisión que se plasmen en el encarcelamiento.

A ello se agrega el hecho que siempre, y hemos dado repetidas muestras de ello, hemos tenido simpatía para con Lula, tanto por su empeño exitoso de llegar desde el ras del suelo a un pináculo que trasciende las fronteras de su Patria, y por el otro porque durante su gestión hizo descender en su país los niveles de pobreza en la sociedad brasileña.

No abrimos tampoco juicio respecto a si Lula, a lo largo de su gestión, e inclusive durante su trayectoria anterior, ha cometido actos de corrupción o si en su caso se ha beneficiado personalmente por ello.

Pero lo que nos cuesta no ya terminar de entender, ya que no lo comprendemos de entrada no más, es que se haya mantenido impertérrito mientras en su entorno se acumulaban actos de corrupción de todo tipo, actos constatados y que llevaron a la cárcel a muchos de quienes lo rodeaban, y respecto a los cuales consideramos innecesario efectuar una referencia concreta. Ya que él no podía ignorar, ni es posible que se hiciera el distraído, mientras ello ocurría, o sea ante la presencia de gatos cazando animalitos que no eran precisamente ratones.

En tanto, no resulta un eximente de sus responsabilidades ante la situación expuesta, argumentar que desde muchísimo tiempo atrás la corrupción en la administración pública es una lacra que contamina toda la sociedad brasileña, y que, hace poco menos de un siglo atrás, se diera el caso del gobernador de un Estado de Brasil que lanzara su candidatura presidencial con el slogan “Roba pero hace”, y que el último de los presidentes de ese país tuviera, desde antes de asumir esa función como vicepresidente de Dilma Rouseff, causas penales abiertas, ya que no es cierto aquello de que el mal comportamiento ajeno justifica el propio.

De donde demuestra el deterioro ético de nuestras sociedades el hecho que Lula es responsable de haber menoscabado su autoridad moral, dado lo cual nos hacemos mal a nosotros mismos cuando se lo tiene como un ejemplo a seguir e imitar. E inclusive una persona digna de veneración, ya que no lo es nadie que haya considerado posible colocarse por encima de la ley y lo haya hecho.

Y en lo hasta aquí señalado cabe recalcar que “no hay nada personal”, tal cual como advierten los mafiosos cuando ajustician a un compinche, sino que el hecho que a Lula -otra cosa son las ideas que el mismo ha pregonado, pero que no está en situación de encarnar válidamente- no cabe justificarlo, sino hacerlo objeto de perdón y misericordia, algo que no debe confundirse con el olvido.

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