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Estoy más que ansioso, claramente obsesionado, y hasta diría que desesperado por encontrar un libro que se ocupe en forma minuciosa y por otra parte profunda de las “malas palabras”. Empezando por enseñarme cómo se originaron, cómo se puede contar con el más amplio catálogo de todas ellas, y la manera en que se pueden distinguir las “malas palabras” de las que no lo son.

No soy mucho de andar leyendo, ya que siempre he creído, y estoy convencido, de que la mejor universidad es la de la calle, como bien se dice, y que lo importante es estar dispuesto a mirar todo, y no solo mirarlo, sino verlo o sea prestarle concentrada atención de manera de hacer grato el disfrute; y a la hora de escuchar mantener la oreja bien abierta de manera que nada se nos escape, y sin hacerle asco tampoco a cualquier cosa que se diga sin importar quién sea el que la diga.

Pero con eso no basta para salir diplomado informalmente con este tipo de aprendizaje, sino que viene allí lo más importante, aunque a mí me resulta fácil porque como se sabe pienso mucho, y convertir ese mazacote de imágenes y sonidos, rumiándolo mucho -lo que quiere decir ordenarlo y examinarlo partecita por partecita una y otra vez-hasta convertirlo en experiencias imborrables, de las que pueda echar mano una y otra vuelta, cuando la ocasión aparece.

Pero me parece que otra vez me estoy yendo a la banquina. Y me he olvidado del libro que quería, el que se ocupaba de las malas palabras. En el que espero encontrar una respuesta para muchas preguntas que hago y de las que no llego, por más que intento, a tener una respuesta que me deje satisfecho.

Empezando por la pregunta que mata: ¿acaso existen de verdad palabras que sean malas de por sí? O es que somos nosotros los que las volvemos así por el uso que le damos. Porque desde chiquito tengo archisabido, que como todas las cosas a las palabras las creó Dios, que solo nos dio permiso para usarlas para ponerle nombre a todo lo que encontramos alrededor nuestro, y todo lo que él hace bien está y es bueno. Es por eso que pienso que detrás de palabras que son malas, está la figura de Mandinga, que como se sabe convierte lo que se pone adelante en instrumento dañino, y cuanto más dañino mejor, lo que queda claro atento al hecho que creo, lo repito, que a las armas las carga el Diablo.

Me tengo que sofrenar. Se me acaba el tiempo y el espacio y solo me queda para tirar dos o tres preguntas al aire. Una, ¿no encuentran que en realidad no hay malas palabras, sino que la maldad está en cómo se las emplea, en qué quieren decir una cosa u otra según la forma en que se las dice y lo que se quiere decir al decirlas?

Está el caso de los testículos masculinos, que también los varones atribuyen a la mujer de una manera figurada, como forma de elogiarla. Órganos de los hombres que con su envase y todo damos por designarlos como “bolas” o “pelotas” en forma indistinta, aunque con una inclinación para emplear la primera.

Y es allí donde nos encontramos con que todo se vuelve confuso, ya que el “boludo” puede ser tanto un mote cariñoso que se aplica a un amigo querido, como algo que alude a no otra cosa que un tonto, en sus diversas gradaciones. Y a la vez, el colmo de los colmos, lo que era una muestra de afecto, o una descalificación, se puede convertir en un elogio mayúsculo cuando se alude a alguien como que tiene “las pelotitas bien puestas”, o en situaciones extremas se reclama de alguien que las ponga “sobre la mesa”.

“Macri, vago”. Cuando se lo escucha, y esta es la manera más civilizada que lo describen todos los que pretenden lastimar al presidente riéndose de él, no se dan cuenta que están utilizando un tipo de boomerang imaginario, que al volver los escupe desde arriba, porque es de vergüenza tener un presidente vago, aunque no tanto como a otro que, con mas vergüenza todavía, se lo puede llamar ladrón.

Es que por lo menos cuando se busca maltratar a un presidente, y en realidad a cualquiera, se debe hacerlo de la manera más delicada posible, de manera que al menos le duela, pero que el punzante dardo verbal no se note.

Por eso es que hay que sacarse el sombrero y hacer una reverencia a la legisladora rionegrina que ha anunciado en algún momento en que el Congreso comience a trabajar, si es que lo hace teniendo en cuenta que este es un año de elección, va a presentar un proyecto de ley reglamentando el número de días que el presidente podrá “vacacionar”, para emplear esa palabra horrible que todos conocen.

Una forma elegantísima de insultar sin hacerlo al presidente, tapándolo bien tapado el decirle “vago”, ya que le aplica en la forma cariñosa en que uno le dice a un compañero de parranda “ven para acá, che, vago”.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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