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En nuestro sitio digital reprodujimos una nota gráfica confeccionada por otro periódico, que mostraba y se ocupaba de un grupo de maestras “haciendo dedo” en una ruta, aunque no nos queda claro si era para ir del lugar donde tienen su domicilio a la escuela donde enseñan, o a la inversa.

En ese caso específico, se trataba de tres maestras que viven en San Jaime de la Frontera y trabajan en escuelas de Federación y Chajarí. Eso lleva a que todos los días -habría que hacer la salvedad que es cuando “no están de paro”, aunque ignoramos si en su caso ese reparo es correcto, ya que de ser así habría que descontar a ese “todo” los 41 días que la gremial docente los declaró de paro en lo que va del año- recorren más de 80 kilómetros, truene, llueva, caiga una helada, o el sol raje la tierra.

No solo eso, sino que se debe agregar a esa circunstancia molestamente enojosa que para efectuar el referido periplo las obliga a salir de sus casas para acercarse a la ruta, a la espera del paso de un camionero o un automovilista, buenos samaritanos cualquiera de ellos, a las 5 de la mañana para estar de regreso a las 3 de la tarde, ello así con suerte.

Algo que viene a significar que es el doble del tiempo el que tardan para ir y volver, que el que dedican a ocuparse de sus alumnos. Con el añadido que a la mayoría de ellas cuando llegan a sus casas les toca lidiar con las tareas propias del hogar, además de efectuar trabajos extras vinculados con su responsabilidad como maestras.

Cabe señalar una situación similar que es observable en todas las rutas de la provincia; y para dar un ejemplo sabemos de maestras que viven en San José y, como ocupan cargos en escuelas de General Campos o San Salvador, para ir y volver tienen que recalar en la estación de peaje que se encuentra ubicada al sur de Concordia en la autovía 14, de manera de poder hacer un “transbordo” que les permita desde ese lugar proseguir de allí en más por la ruta 18 hacia el oeste o viceversa.

Prescindimos de ocuparnos del caso de los maestros que cumplen funciones docentes en escuelas rurales, y que aunque se viven en su caso situaciones parecidas, la cuestión es mucho más compleja y por ende socialmente más grave.

Nos encontramos, dejando de la lado el caso especial al que nos hemos referido, ante un verdadero problema al que se debe buscarle una solución -que debemos señalar que por nuestra parte no la tenemos- de manera que se pueda, sino erradicar, al menos atenuar ese esfuerzo fatigoso, que desde la perspectiva en la que nos colocamos, debería ser innecesario.

No ignoramos que en las áreas metropolitanas son cientos de miles los trabajadores que enfrentan ese problema, que se añade a un horario de trabajo que duplica al de los docentes, pero aquí estamos “en provincia”, dado lo cual se hace necesario buscar la manera de no resentir la calidad de vida que ello significa.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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