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El renovado vigor de la cotización del dólar vuelve a agitar el riesgo de que la cosa vuelva a descarrilarse

Mientras los titulares en los grandes medios se rasgan las vestiduras con las cifras que el jueves pasado develó el INDEC para el crecimiento del PBI y para la tasa de desempleo, en las páginas interiores se debate una cuestión mucho más preocupante para la coyuntura: la política monetaria acordada con el FMI no parece funcionar, y no parece haber un plan B. Si el plan fracasa, las consecuencias serán letales en lo inmediato, como en 2018, aunque sus consecuencias recién se reflejen en los indicadores del INDEC un año más tarde.

El año 2018 fue muy malo. Una aseveración a la cual no le cabría el mote de parcial, o partidaria, a la vista de la pérdida de la mitad del valor del peso, de una inflación cercana a 50% y de una caída en el nivel de actividad que ahora sabemos, gracias al INDEC, que fue de 2,5%.

Números del cual también emana una curiosidad: 2,5% parece una nadería en comparación con lo que sentimos que ocurrió. Para ponerlo en perspectiva: entre 1945 y 2018, la tasa de crecimiento promedio de la economía argentina fue 2,6%, y en estos 74 años hubo 25 años durante los cuales el PBI cayó; cuando eso ocurrió, la caída promedio fue de 3,5%. A la luz de nuestra infausta historia, el 2,5% que nos tiró el INDEC vendría a ser un evento menor. ¿Por qué, entonces, sentimos tanta zozobra, y por qué la seguimos sintiendo?

El Gobierno mismo se encarga de sabotear el plan monetario al hacer de la incertidumbre “Macri o Venezuela” su eslogan de campaña

La realidad es que un ensayo de respuesta a esta pregunta no puede soslayar al desencanto como factor central para explicar el malestar general. Desencanto que proviene de la sensación de que Macri se quedó corto. Después de 2016, ya no hubo más cambios estructurales que pudieran torcer las expectativas. En algún punto, el Gobierno se hizo adicto a la Casa Rosada y optó por el camino de la conveniencia política antes que por el desafío de hacer las cosas bien.

La fragilidad de la situación macroeconómica parece sugerir que no bastó el sacudón de 2018 para despertar a la política de ese letargo. Un letargo que parece hacer suponer a los políticos que sus asuntos son vitales, y los de los ciudadanos que los votan triviales. Toman, entonces, decisiones políticas que conspiran contra sus planes económicos.

A pesar de la lección de 2018, el Gobierno y el BCRA volvieron a creer en recetas que fracasaron antes: “tasa de interés alta = dólar bajo”. Sólo cambió el instrumento monetario y el tenedor, de las Lebac en poder del público a las Leliq que sólo tienen los bancos. El Gobierno mismo se encarga de sabotear el plan monetario al hacer de la incertidumbre “Macri o Venezuela” su eslogan de campaña. ¿Quién confiaría en el peso ante un escenario tan binario?

Que el tipo de cambio se disparara el año pasado no fue un hecho fortuito, sino una respuesta racional ante la percepción de fragilidad económica y la incertidumbre política. No bastaron ni el colchón estrafalario de dólares del FMI ni el cambio de política monetaria para frenar la dolarización. Sólo cuando lo cotización fue lo suficientemente alta se frenó la corrida. ¿Deberemos repetir aquel calvario para que la malaria acabe?

En Argentina, el dólar es un termómetro en tiempo real del estado de situación más creíble que cualquier estadística del INDEC

En Argentina, el dólar es un termómetro en tiempo real del estado de situación más creíble que cualquier estadística del INDEC. Por eso mismo, cualquier gobierno ansía domesticarlo. Claro que cuando esa ansiedad queda tan en evidencia como ahora, el efecto es contraproducente, porque las fuerzas de mercado superan en poder de fuego al BCRA y al Tesoro; en esta batalla desigual, el BCRA cada día se ve más débil y el dólar más fuerte.

Como un año atrás, estamos volviendo a una dinámica en que no hay tasa de interés suficiente para retener los pesos. Cada nueva suba de tasas renueva la sensación de parche en la política monetaria. Es una película repetida. Hay pocas maneras de pagar esa tasa: o la pagan los bancos (tenedores de Leliq) con pérdidas, o se dispara el dólar. O ambas a la vez. Pretender ir contra la corriente no demuestra fortaleza, sino debilidad y mezquindad política.

La magia de las estadísticas nos dice que el PBI cayó 2,5% en 2018. La bola de cristal de los pronósticos nos habla de una caída adicional de 1,5% en 2019. La cosa se siente peor; nos lo dice el dólar, termómetro irrefutable del estado de las cosas.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa