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He llegado a la conclusión que a tantos títulos y apodos que se han aplicado a Maradona, nuestro gran, discutido, endiosado, y problemático Diego, habría que sumarle el de “el padrejón universal”.

No porque sea un padre histérico, o porque sufra de esos empachos que se miden, que son en Cuba las referencias obligadas a esa denominación, sino en el uso que se le da al término entre nosotros, cuando se hace alusión al “caballo padre”, según me explicó mi tío luego de salir con cualquier cosa, que poco y nada tenía que ver con lo que le había dicho.

Y así lo llamó mi tío. Lo de universal ya se presume, pero lo de padrejón hay que explicarlo, porque -según él- los padrillos no pueden dejar de olvidase de sus crías luego de haber hecho el trabajo, no por mala intención sino porque así son como son. Y lo de universal, por estar buscando semillas que sembrar por todas partes.

Todo empezó cuando le comenté que en su paso por la tierra de Fidel, donde había ido para buscar curarse de una penosa adicción, al parecer Diego no había perdido el tiempo. No porque tuviera largas charlas con Fidel, como sacó a relucir mi tío, quien no se preguntó y a la vez no me preguntó acerca de “qué rayos podía hablar Castro con Diego, y Maradona con Fidel”, a lo que yo casi no me atrevería a contestarle “de qué otra cosa, que cada uno de sí mismo”.

Porque seguro estoy que no hablaban de la plusvalía, ni de la alienación del hombre por el capitalismo. Aunque segurísimo fue que hablaron del placer que provoca fumar habanos ya que, según me dicen, fue precisamente Fidel el que enseñó a Diego a disfrutarlos; y puede que también discutieran de la calidad del ron Havana comparado con el Ricardi, ya que su dueño, un verdadero “gusano cipayo”, se llevó la empresa a Puerto Rico cuando la revolución se había aposentado.

Tampoco hablarían de mujeres, porque se sabe que en ese aspecto Fidel, alumno de los jesuitas, era muy recatado. Y es en ese caso, algo comprensible, ya que a qué mujer no le habría gustado poder engendrar un hijo de “el Diego”. Como venía diciendo, Maradona no perdió el tiempo mientras se curaba de su adicción, ya que dos de las mujeres con las que tuvo a bien relacionase entonces, quedaron de él embarazadas, una de ellas dos veces, como una suerte de premio, que Diego preferiría llamar, tan “saca pecho” que es, “gentileza de la casa”.

Y así fue como pasó a ser padre de dos criaturas, a las que se las llamó -digo llamó, porque no sé si fueron bautizadas- Joana y Lu, hijas de la primera. Y Javielito, hoy ya hecho un muchachón, de la última. ¡Qué cosa llamarla Lu! Aunque no es para asombrar a nadie, ya que por culpa de los celulares los nombres se acortan cada día más, y se da el caso, según me han dicho, del actual presidente brasileño, que siendo padre de tres hijos los llama Uno, Dos y Tres…

Pero Lu, Joana y Javielito están muy acompañados pero a la vez también solos. Acompañados porque, según dicen, porque hasta ahora han aparecido ocho hijos suyos reconocidos, y a los tres cubanitos se suman Diego Junior, Dalma, Gianinna, Jana y Dieguito Fernando, por orden de aparición y sin contar los, engendrados o no engendrados, que con seguridad quedan por aparecer. Solos, porque se ven más nada que poco.

¡Qué escaso, me dije, el pedazo de torta que le quedará a cada uno de ellos a la hora del “reparto”! Aunque en seguida reseteé y me dije, quién puede saberlo; porque en una de esas Diego se va a la luna a jugar al fútbol, en ese ambiente tan liviano por no existir atmósfera, y de paso se hace de una cantidad enorme de euros, al mismo tiempo que deja algún hijo lunático o lunar. ¿Cómo es que se le diría a ese?
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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