La recuperación, que parecía incipiente, ahora comienza a extenderse a toda la economía

En una semana, el Indec dio a conocer tres datos contundentes: el Estimador Mensual de la Actividad Económica (EMAE), una aproximación gruesa al comportamiento del PBI, trepó 4,4% en junio respecto del año anterior, en tanto que la producción industrial y la actividad en el sector de la construcción crecieron 5,9% y 20,3%, respectivamente, en julio.

Mientras los analistas se preguntan si esta mejora alcanzará para reflejarse en el humor de los votantes en octubre, los fríos datos sugieren que no hay dudas de que las cosas han salido del letargo y empezaron a moverse.

A fines de marzo, apenas la mitad de los sectores que forman parte del EMAE mostraban una variación positiva en comparación con el primer trimestre de 2016. En junio, la marea alcista era generalizada: 15 de 16 sectores relevados estaban en terreno positivo en la comparación interanual. Sólo "Minas y canteras" seguía en rojo.

A comienzos de 2017, prácticamente todas las expectativas respecto de la recuperación de la economía estaban puestas sobre el esfuerzo que el Estado pondría en la obra pública. Si bien hasta abril ese fue quizás el único motor de la economía, desde entonces la recuperación se ha ido expandiendo hacia el sector privado.

Aunque los indicadores de ventas minoristas que prepara el Indec todavía no repuntan, el humor de los consumidores ha comenzado a mejorar. Sea porque los ajustes salariales y de jubilaciones finalmente llegaron a los bolsillos, o porque los bancos comenzaron a ajustar el precio de sus préstamos, o porque el estrés pre-electoral quedó momentáneamente en el olvido, lo cierto es que aunque el consumo no haya repuntado para el Indec, el Índice de Confianza del Consumidor (ICC) tuvo un salto discreto durante agosto. Según este indicador de la Universidad Torcuato di Tella (UTDT), la suba fue de nada menos que 12% respecto del mes anterior.

Todos estos factores fueron importantes para impulsar el ICC. Datos estadísticos del Banco Central muestran que el crédito bancario al sector privado, y en particular a individuos, se ha comenzado a acelerar. Sólo en julio, los préstamos hipotecarios aumentaron más de 5.000 millones de pesos (6% en el mes) y los créditos personales otros 8.000 millones (3%). Partiendo desde niveles muy bajos, la capacidad de endeudamiento de las familias argentinas es alta y podría estimular sectores específicos de la actividad, como, por ejemplo, la construcción o el sector automotor, sin que ese consumo se refleje en ventas minoristas de ropa o comida en que se enfocan los índices del Indec.

Este auge del crédito no parecería ser una lluvia pasajera, sino que parece haber llegado para quedarse. En los últimos meses, los mayores bancos argentinos han estado muy activos para aumentar su capital (sólo los bancos con oferta pública de sus acciones emitieron acciones por más de 2.000 millones de dólares) con el objetivo de estar preparados para la oleada de demanda de crédito que prevén afrontar por la combinación de una caída de la inflación y de la irrupción de los productos en UVA a tasas reales que a priori lucen razonables para bancos y tomadores.

El Gobierno, usualmente tildado de ortodoxo y ajustador por sus detractores, se ha valido de herramientas muy heterodoxas para hacer su parte en la recuperación de la economía: un aumento del gasto en obra pública y la creación de incentivos al crédito hipotecario.

Los indicadores del Indec y del Banco Central sugieren que estas políticas tuvieron un alto impacto sobre el nivel de actividad y sobre el humor social. La pregunta natural que surge a partir de ahora es si, una vez pasado el 22 de octubre, el Gobierno aplicará un freno al gasto público, pues un menor déficit es condición indispensable para sostener el crédito externo y alcanzar las metas de inflación del BCRA. Por ahora, esa parece una pregunta cuya respuesta puede esperar.

Por ahora, el humor parece haber cambiado, como lo captó la UTDT. Ese cambio no puede evaluarse por separado de las elecciones PASO. No por el resultado, con el que algunos estarán más a gusto que otros, sino porque, conocido el mismo, sobrevino el alivio de saber que el horizonte próximo está más despejado. Guste o no, lo que tenemos parece que seguirá dos años más. Para la naturaleza humana, la continuidad siempre es más cómoda que el cambio.

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