El creciente nerviosismo en el mercado financiero podría dejar en evidencia las falencias del modelo económico

Predomina la visión de que la economía argentina llegará al cambio de gobierno con relativa calma. Todo el esfuerzo del gobierno está puestos en confirmar esa visión y en permitir que la Presidente logre entregar el bastón de mando a su sucesor dejando en el inconsciente colectivo un legado que ratifique que la suya ha sido una década ganada.

Aunque el segundo mandato de Cristina Kirchner ha otorgado resultados decepcionantes desde el punto de vista macroeconómico, el relato ha sido eficaz en sostener esa sensación de final feliz.

Lo cierto es que el próximo gobierno recibirá una economía en recesión, una tasa de inflación altísima, un déficit fiscal del 6% del PBI, pocas reservas de verdad en el Banco Central, precios relativos fuera de equilibrio, y default selectivo de la deuda pública externa. Por lo que al relato no tardará mucho en sobrevenirle una pregunta de rigor: ¿cuánto aguanta la calma?

Porque no ésta una calma que se sustente en fortalezas macroeconómicas, sino en pilares bastante intangibles: la ilusión de que se hará el ajuste de rumbo necesario cuando cambie el gobierno, y la paciencia que la fecha cierta para tal cambio de gobierno ha conferido para tolerar condiciones que en otras circunstancias ya habrían devenido en un típica crisis a la Argentina.

Comienza a percibirse en el mercado financiero que esta paciencia no es infinita. Hace un año, la ilusión podía construirse sobre la base de meras especulaciones que permitían suponer que el cambio era inexorable. Abrazados a la esperanza del cambio, los precios de los bonos y acciones subían y el precio del dólar paralelo se aplacaba.

Pero el paso del almanaque nos acercó al momento de confirmar aquella utopía lejana. El cambio de gobierno pasó a ser una realidad palpable que trajo aparejada la necesidad de evaluar a los potenciales sucesores con una vara más estricta que la que antes permitía usar la lejanía.

Primero, el mercado comenzó a preguntarse si era razonable ser indiferente respecto del candidato ganador. En ese momento se incubó la noción de que mientras Macri o Massa representarían un cambio más acelerado, Scioli vendría a ser un Presidente que se tomaría más tiempo para hacer los ajustes necesarios. Fue el momento del debate entre gradualismo o shock. En forma concomitante, la aparente suba de Scioli en algunas encuestas llevó al mercado a concluir que los cambios probablemente ya no fueran inminentes.

Sobrevino, entonces, la aparición de Florencio Randazzo como precandidato. Más que representar un riesgo creíble, el “efecto Randazzo” consistió en forzar a Scioli a migrar hacia un discurso ultrakirchnerista para consolidar apoyos internos. El mercado financiero comenzó a especular con que podría haber un Scioli “bueno” o un Scioli “malo”, especulación que la balanza inclinó en favor de este último cuando se conoció el nombramiento de Carlos Zannini como su compañero de fórmula. Entonces resultó que el Scioli “gradualista “ y “malo” lideraba las encuestas.

Independientemente de la razonabilidad o no de estas especulaciones, desde fines de marzo las acciones argentinas han perdido el 30% de su valor en dólares y el rendimiento de los bonos de la deuda externa trepó al 10%, muy cerca de los niveles a los que cotiza la casi quebrada Grecia y por encima de donde operan los bonos del inestable Iraq. Algunos nubarrones comienzan a alterar la calma.

Las cotizaciones bursátiles no suelen alterar el devenir de las cuestiones políticas ni la sensibilidad del electorado. Pero a ellas se ha sumado esta semana una novedad que podría terciar en la disputa electoral: el regreso de la volatilidad en el tipo de cambio. Pese a los esfuerzos del Banco Central por controlarlo, el dólar blue se disparó un peso en pocos días. Aún más se movió la curva de futuros del tipo de cambio en el exterior, donde el largo brazo del BCRA no llega. La cobertura a fin de marzo de 2016 cotizaba el viernes a $12,60.

Ningún economista del gobierno ni de la oposición desconoce que el atraso cambiario es insostenible. Pero que esto quede explícito en las cotizaciones conspira contra el relato que sostiene un modelo que se pretende mostrar como carente de fisuras y contra la calma con que se intenta llegar a diciembre. La inestabilidad cambiaria podría alterar el panorama electoral, si dejara en evidencia que el modelo no es tan exitoso como el relato pretende exhibirlo.

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