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Martín Guzman, el nuevo ministro de economía
Martín Guzman, el nuevo ministro de economía
Martín Guzman, el nuevo ministro de economía
Este gobierno, como todos los anteriores, promete ocuparse solo de la coyuntura

Alberto Fernández es desde esta semana nuevo presidente de los argentinos. Como sucede casi siempre cuando un nuevo mandatario asume, los comienzos de un nuevo gobierno son uno de confianza renovada, de optimismo y de altas expectativas. El momento económico actual es particularmente malo es cierto, pero eso no parece obstáculo para que la gente hoy ya se sienta mejor, esperanzada de que la economía va a mejorar y de que sus ingresos se van a recuperar. Como casi siempre, esa ilusión -conocida como luna de miel- suele durar unos pocos meses, y la mas de las veces se diluye. Un ilusión que como vino, se va.

Es muy temprano para juzgar si el gobierno de Fernández que se inicia podrá ser muy diferente a los anteriores. Diferente en el sentido el sentido de que será capaz de trazar y ejecutar un plan de ruta que nos lleve a un desarrollo sustentable. Imposible saberlo cuando no hay todavía casi ninguna carta está sobre la mesa, y las que sí están ya indican que por lo menos al comienzo esta va a ser una administración de promesas amarretes, con objetivos alcanzables, como combatir el hambre. Es que combatir la pobreza es otra cosa.

Volviendo al desarrollo sustentable, este es un término que lamentablemente no ha existido en el diccionario de ningún gobierno por lo menos en los últimos cien años. Ese es el tiempo en que llevamos deambulando en la búsqueda de una receta que nos permita crecer sostenidamente en el tiempo. Receta que muchos de nuestros vecinos, y una innumerable cantidad de otros países en otras partes del mundo si parecen haber encontrado.

"Esa receta de crecer sostenidamente en el tiempo no la hemos encontrado nosotros pero si casi todos los otros países, incluidos nuestros vecinos"

Carentes de una brújula así, nos hemos limitado entonces a repetir que somos un pueblo condenado al éxito, que somos el granero del mundo, que le podemos dar de comer a 300 millones de personas, que tenemos la mayor clase media de América Latina y también la población más educada. En fin, nos hemos cobijado bajo un sinnúmero de razones que explican cómo somos los argentinos pero que dicen muy poco sobre el fracaso rimbombante de nuestra economía, la que no sabe lo que es crecer a tasas chinas, y ni siquiera a tasas uruguayas o peruanas. Des de un tiempo hasta parte, la única que comparte nuestra velocidad de crecimiento, por lo general negativa, es la querida republica hermana de Venezuela, con una economía colapsada y en serio riesgo de extinción.

Espejismos de crecimiento hemos tenido varios, como el del primer gobierno kirchnerista cuando el precio de las materias primas se disparó como nunca se vio en la historia económica del mundo, pero la realidad es que ni aquel gobierno, ni los anteriores, y mucho menos el de Mauricio Macri que acaba de terminar, supieron cómo hacer para crecer. El peronismo, ahora de nuevo en control, es quien ha tenido mayores oportunidades en el tiempo para disparar ese cambio pero igual que todos los demás no ha sabido hacerlo. En todo caso ha conducido exitosamente la pauperización de algunas áreas del país como el conurbano bonaerense y también otros lugares con una estructura socio económica parecida, sobre todo en los alrededores de otras grandes ciudades argentinas. En Entre Ríos, Concordia, administrada por el peronismo desde siempre, es fiel ejemplo.

Argentina necesita un cambio estructural de su economía que implique nutrirse de una productividad que hoy no tiene. Salvo con el campo o en los sectores vinculados a las materias primas no somos capaces de generar más que unos pocos dólares ya que no le podemos vender casi otra cosa al resto del mundo. Tal vez la economía del conocimiento nos dé una oportunidad, pero aquí nos encontramos con el escollo de que la educación en Argentina cae en picada y son muy pocos los compatriotas preparados para competir en ese mundo que requiere de mano de obra altamente especializada.

"Basta de decirnos que estamos condenados al éxito, que somos el granero del mundo, los mejores, y que producimos alimentos como para darle de comer a media humanidad"

Por las razones que sean, no ha habido gobierno alguno, no importa de qué color político, que haya decidido dar ese salto tan necesario que nos permita escalar a otro nivel. Tampoco parece que sea el caso de este que se inicia aunque siempre está bueno sorprenderse. Ese cambio estructural supone más y mejor educación, una menor participación del estado en la economía, una menor presión impositiva como la que hoy ahoga a todas las empresas argentinas, la recuperación de la cultura del trabajo, la renovación de una dirigencia -particularmente la del conurbano-, que entienda que la economía no son solo planes y subsidios, y la toma de conciencia de que Argentina necesita recrear una clase emprendedora y líder en innovación, con bases que ya existen y que no es poca cosa.

La lista es y tiene que ser mucho más extensa. Tenemos que preocuparnos mucho más respecto de cuáles son los caminos para generar más riqueza y no pensar exclusivamente en cómo repartir la poco que nos queda. Lamentablemente hemos entrado en un circulo viciosos tal que no solo nuestros pobres son cada vez más pobres sino que nuestros ricos son cada vez menos ricos. Es decir, la destrucción de riqueza en Argentina se ha vuelto horizontal y nos afecta a todos por igual. Sabedores de este fenómeno, aquellos en posiciones más acomodadas y con una mejor educación, y casi por un cuestión de preservación, buscan la forma de radicarse en otros lados, particularmente en los países vecinos. En definitiva, talento que nos deja y se va.

Los aires de cambio, como los que estamos viviendo hoy, casi siempre se han centrado en la coyuntura y muy poco más. Como casi ningún otro, llevamos décadas de desinversión, de alta pobreza, y de inflación, la que ahora promete volverse un fenómeno ingobernable, remitiéndonos a 30 años atrás. El principal flagelo que sacude a los pobres es precisamente la inflación, y nadie, pero nadie parece haberse interesado en bajarla, solo en esconderla. Es de esperar que este nuevo gobierno de Alberto Fernández comience a recorrer un camino distinto, que contemple a la inflación como el azote de Dios y también se ocupe -como promete hacerlo en otras áreas- de elaborar un plan maestro que nos vuelva económicamente viables. Hoy seguimos viviendo en una economía errante, que flota sin destino. Y el que dice que no es cierto, sabe que nos está mintiendo descaradamente a todos.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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