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Las condiciones financieras no permiten prolongar mezquindades políticas que ponen en riesgo la construcción de una macroeconomía más sólida.

Las peripecias financieras no consiguen dotar a los precios de los activos financieros argentinos de un piso firme, a pesar de lo que desde el Gobierno pareciera sentirse como una batería de medidas convincentes: los cambios en el BCRA y en el área de Economía, el acuerdo con el FMI, los anuncios de recortes fiscales, originales y aumentados, y otras medidas de menor fuste.

Esta semana los títulos en dólares emitidos por el Tesoro cayeron fuertemente de precio y se transaron, casi con independencia de su plazo de vencimiento, con rendimientos del orden de 10%.

Que un bono que vence en 2021 tenga un rendimiento similar a un bono que vence dentro de 99 años es, para los operadores, una señal inequívoca de debilidad: pone en duda la capacidad de pago del emisor. Con la historia (algunos lo llaman prontuario) argentina como telón de fondo (el default de 2001 recién se terminó de remediar en 2016), la entrada en pánico demanda menos condiciones que las que demandaría en los casos de otros emisores similares.

Hay un aumento global de la aversión del riesgo, y los papeles de los países emergentes han sido castigados, pero ningún otro emisor latinoamericano sufrió tanto como Argentina. En esos países no hay una historia de crédito tortuosa como la que nuestra.

Para despejar las dudas de los inversores, viajaron a Nueva York el Secretario de Coordinación Mario Quintana, el secretario de Finanzas, Santiago Bausili, y el vicepresidente del Banco Central, Gustavo Cañonero. Luego de la visita, los bonos argentinos tuvieron un leve respiro, aunque la evidencia anecdótica de las reuniones indica que éstas no sirvieron para despejar las dudas de los inversores.

El Gobierno planteó desde diciembre de 2015 un escenario de ajuste gradual de los desequilibrios fiscales que no parece querer abandonar aunque el mercado financiero internacional le grite a viva voz que ya no está dispuesto a financiar tal gradualidad. Ya forzó un ajuste de la cuenta corriente moviendo el tipo de cambio más de 50% y ahora está insistiendo con no financiar al país a menos que baje el gasto con mayor rapidez.

El Gobierno no parece haber percibido el riesgo que esta postura entraña y apenas ha anunciado recortes cosméticos que convencieron al mercado que, insaciable, parece pedir más y más. Con el foco puesto en cobrar el dinero prestado y los intereses, el mercado financiero necesita más certeza de que Argentina no volverá a ser Argentina cuando las papas quemen.

Mientras lo que podría llamarse el ala técnica reconoce los desafíos que tenemos por delante y reclama a las distintas áreas ministeriales su propuesta de recorte presupuestario, el ala política minimiza los riesgos, piensa que las cosas no cambiaron tanto, es reacia a resignar privilegios y a perder popularidad, y confía en que si Macri es reelecto en 2019 el crédito volverá.

Como el mercado supone que esta ala de Gobierno prevalece, se mantiene en vilo. Es que el problema financiero no es un tema para 2020, sino que es un reto inminente, que deberá dirimirse en los próximos 18 meses. Que los bonos rindan 10% sugiere que va en declive la confianza en que el Gobierno reconoce este desafío y se prepara para afrontarlo.

Hoy en día, el universo de economistas escribe casi con exclusividad sobre este tema: las necesidades de financiamiento lo desvelan y se desviven por acertar el monto del agujero financiero que hará falta cubrir. La disparidad de las cifras es abismal, y en algunos casos alarmante. La moraleja que dejan estos ejercicios va más allá de lo numérico: nadie pronostica un recorte de gastos que despeje las incertidumbres.

La cuestión es que, al cabo de casi tres años, el Gobierno pareciera mantener una lógica que dejó de ser viable con el cambio en las condiciones financieras internacionales. Y aunque no se puede gobernar con el foco puesto sólo en el mercado financiero, el plan económico demanda fondeo con fruición y carece de futuro si este fondeo se trunca.

Poner el foco en las consecuencias políticas del ajuste, a esta altura, pone a los inversores a pensar que el Gobierno quizás se autocalifica de manera demasiado generosa, y a preguntarse si no será que es por enfocarse tanto en su propia imagen que le cuesta hacer lo que debe hacer.
Fuente: El Entre Ríos