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Tras la devaluación de diciembre, el Banco Central lleva comprados unos 7 mil millones de dólares, sin haber tenido que volver a mover el tipo de cambio. De hecho, la brecha entre los tipos de cambio oficial y paralelo está en 37%, en comparación con más de 100% antes de la devaluación. En paralelo, el BCRA sigue colocando títulos para importadores a buen ritmo, y desarmando el pasivo en dólares heredado, mientras reduce, también, los pasivos en pesos gracias a una tasa de política monetaria que corre muy por debajo de la inflación. Y en el terreno fiscal, hubo un superávit fiscal inédito durante enero, y el Tesoro parece enfocado en mantenerlo para evitar que el BCRA deba financiarlo con emisión.

Estos logros macroeconómicos parecen orientados a lograr el lanzamiento de un plan de estabilización en poco tiempo. El Presidente, quizás con optimismo exagerado, repite casi a diario que la dolarización está cerca.

El mercado financiero celebra estos logros, no sólo con la baja en la cotización del dólar paralelo, sino con subas en las cotizaciones de títulos públicos y acciones. Llegan muchos inversores financieros del exterior, aunque por ahora con alta concentración en fondos oportunistas y poca presencia de los fondos que realmente invierten con un horizonte largo, muchos todavía recordando el sinsabor que les produjo haber apostado por Macri.

La pintura que se va esbozando en la economía es la de que algunas variables claves van camino de ordenarse. La que pintan los mercados es la de un país que bajo la dirección de Javier Milei podría dar vuelta las páginas del continuo fracaso y progresar hacia una situación mejor. En el mundo parece haber confianza en Milei, y entusiasmo con su mensaje. ¿Alcanza con eso?

En una realidad paralela corre la gestión política del Gobierno. Al buen marchar de los cuestiones fiscales, monetarias y cambiarias se le contrapone la incapacidad para lograr avances en las reformas estructurales. El fracaso en el trámite legislativo de la Ley Ómnibus devuelve a la mesa el mayor desafío de Milei: la gobernabilidad. En ocasiones, su popularidad local e internacional, y el ejército de troles con que inunda las redes sociales, hacen olvidar ese problema de origen, que no ha desaparecido.

El Presidente parecería creer que el respaldo del 56% de los votos es más valioso que los acuerdos políticos y las mayorías parlamentarias, y por ello apuesta a todo o nada. Prefirió no negociar antes que lograr la aprobación de una ley mala. Pero eso lo expone a un nuevo riesgo: que el Congreso apruebe legislación opuesta al sentido de la ley caída, forzando a Milei a vetar ley y a ponerse a la defensiva. Los legisladores tienen todo el tiempo del mundo para esperar a que la popularidad de Milei caiga.

Es que la popularidad está en juego cada día por las penurias a las que, necesariamente y con previo aviso, somete a los argentinos, con ingresos cuyo ajuste corre muy por detrás de los aumentos de precios. El Congreso apuesta a que, en algún momento, la paciencia de la gente llegará a su fin. El fracaso legislativo: ¿acelera ese proceso, al demostrar que el gobierno de Milei será incapaz de romper con el retroceso estructural, o lo lentifica, al demostrar que “la casta” se opone al cambio?

Milei juega a todo o nada, pero no está perdido. Juega con la caja, y direcciona los recortes de manera específica hacia aquellos que se oponen a su plan de gobierno: legisladores, gobernadores, fondos fiduciarios, sindicalistas, líderes piqueteros. A su favor cuenta que la imagen de sus detractores está muy ligada a la declinación argentina. En contra cuenta el hecho de que sus contrincantes tienen mecanismos para complicar la gestión, frenar las reformas estructurales, y mantener sus privilegios. Como Milei, también ellos pueden jugar a todo o nada: no tienen popularidad alguna que perder.
Fuente: El Entre Ríos

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