Son las situaciones límites las que nos enfrentan con lo mejor y lo peor de nuestra siempre misteriosa condición humana, tan rica en bondad como atravesada por la herida del mal, de las caídas, del error.

Los padres de Micaela García, la joven violada y asesinada en Gualeguay, acaban de ofrecernos una increíble lección de amor, de gratitud, de prudencia, de justicia. Nos han educado, en el más profundo sentido de la palabra, en tanto y en cuanto nos han enseñado a vivir.

Ellos han testimoniado con sus actitudes que la vida triunfa sobre la muerte, que el deseo de bien puede más que la perversidad del mal, que una flor es capaz de nacer incluso de la grieta de una piedra.

Partidos por el dolor infinito de haber perdido a una hija a manos de un hombre que la violó y la estranguló, Néstor "Yuyo" García y Andrea Lescano no se dejaron ganar por el odio y la sed de venganza que pululan en los medios y en las redes sociales, ni pidieron que el criminal "se pudra en la cárcel" y que el juez que lo liberó poco menos que comparta la celda con él o desaparezca del planeta tierra.

Tembloroso, haciendo fuerza para dominar el llanto, abrazado a su mujer y al jefe de policía, el padre pidió que nadie haga justicia por mano propia y hasta se dio permiso para ser agradecido, para decirle gracias a todos los que colaboraron con la búsqueda de Micaela.

Ni una palabra sobre Sebastián Wagner. Ni una sobre el magistrado Carlos Rossi. Ni un atisbo de venganza ni un asomo de rencor.

De inmediato, identificó el norte de su lucha: "Vamos a laburar el doble para que sea realidad el país que ella soñaba. Tenía un corazón de oro. Vivía para las otras personas. Estaba siempre en el barrio, organizando torneos para los que no tienen nada; haciendo tortas fritas para repartir. . . El dolor nos tiene que servir para cambiar la sociedad", dijo.

¡Cuánta sabiduría hay en este mensaje! El dolor es parte constitutiva de la vida. No hay vida sin pérdidas, sin ausencias, sin injusticias. Lo que el ser humano no puede soportar es el sufrimiento vacío de sentido. El de los padres de Micaela es un sufrir que emerge lleno de significado, como el grano de trigo que se rompe en la tierra y muere para dar nueva vida, y vida en abundancia.

No menos extraordinario ha sido el testimonio cargado de compasión de Nadia Mori, una de las víctimas de Sebastián Wagner, que dijo no poder odiarlo porque "es un hombre enfermo". Cuesta admitir, como nos enseña Nadia, que el violador es tan ser humano como nosotros, y que, por razones que ni la ciencia alcanza a dilucidar, es gobernado por una patológica pulsión que lo incapacita para dar y recibir amor y lo vuelve uno de los seres más despreciables del universo.

Las lecciones de Andrea, Néstor y Nadia cobran aún más relevancia por lo mucho que se distancian de las poses en boga, como la del justiciero implacable, ese que de tan puro que se siente cree poder poner fin al mal en el mundo de un sablazo, o la del dirigente presto a subirse a la ola de indignación popular contra los presuntos culpables y prometiendo esas políticas presuntamente salvadoras que evitarán que vuelva a pasar.

La larga lista de políticos haciendo cola para condenar al Juez Carlos Rossi es una respuesta, aunque entendible y tal vez acertada, que puede alimentar una mirada reducida del problema en vez de ayudar a comprenderlo en toda su complejidad.

Dicho con "el diario del lunes", ¡qué duda cabe que el magistrado cometió un grave error al liberar a Wagner! Corresponde por ende que sea juzgado apelando a los instrumentos legales que correspondan y respetando el debido proceso. Pero necio sería no ver en Rossi apenas a un actor más de un sistema penal y penitenciario colapsado, leyes que no se cumplen, inexistentes o deficientes tratamientos para abordar patologías complejas, porcentajes de reincidencia muy superiores a lo admisible que exigen una revisión a fondo de todos los procedimientos, y, muy especialmente, numerosos funcionarios políticos y judiciales que no están a la altura de la misión que se les ha confiado.

Pero a la par que en la reforma del "sistema", hay mucho que trabajar en la prevención de eso que el médico psiquiatra Miguel Ángel Maldonado llama "factores socioambientales o familiares". La ciencia supone -sin tener aún certezas al respecto- que son esos factores los que inciden para que un individuo estructure una personalidad como la del violador, disminuida en su desarrollo afectivo, incapaz de sentir piedad por el sufrimiento ajeno.

No hay fórmulas mecánicas para contrarrestar esos "factores socioambientales o familiares", pero el sentido común indica que cuanto más y mejor educación haya, en la familia, en la escuela, en el club, en la iglesia, donde sea, cuanto más adultos que se interesen de verdad por el corazón de los chicos y adolescentes, que los guíen de verdad, que no los abandonen, menos probabilidades habrá de que emerjan las patologías de la perversidad en sus mil variantes.

Tal vez ese es el sueño de Micaela y también de sus padres, un sueño hecho de abrazos a los más postergados en los merenderos que visitaba, un sueño que va al rescate de los "nadies" en los torneos de fútbol o en las batucadas que organizaba.

¡A cuántos se habrá acercado Micaela afectuosamente y les habrá entregado el mensaje de que sus vidas importaban, valían, tenían dignidad! ¡A cuántos habrá ayudado a valorar la existencia, a sentirse queridos, a alimentar esperanzas de que es posible salir adelante, a no caer en la droga y en el delito!

Haríamos bien en imitarla.

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