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La política profesional va por un camino vecinal, esquivando piedras, maniobrando entre pozos, con un clima tormentoso, donde abundan granizos, truenos y mucho, pero mucho viento. Mientras la realidad social va transitando en el medio de un frondoso laberinto, entre neblina, donde todo está borroso, y el desconcierto se entrelaza con la decepción, y esa esperanza que se niega a perecer, pero que muy lentamente se va apagando.

Dos caminos que prácticamente no se cruzan, absolutamente divorciados uno del otro, en un mundo necesitado de un pragmatismo, pero que no se convierta en una máquina de destrucción, y segmentación social que deje cuantitativamente más excluidos.

La política profesional en términos weberianos tiene un exceso de micro clima, y en estos la social media ha sido la telaraña ideal para atrapar a quienes toman las decisiones, pensando que la lógica política es idéntica a la lógica de la opinión pública, dedicando más tiempo al marketing político – muy efectivo por cierto- que a la búsqueda de soluciones concretas para todos.

El microclima tiene una lógica de burdel, en el cual la información y el chismerío tienen el mismo valor, y la ciencia como el arte que rodean a la política van perdiendo protagonismo para darle lugar a la obsecuencia disfrazada de lealtad y confianza, siendo la idoneidad un simple requisito formal, y el nepotismo como su combate fue una gran estrategia de comunicación, ahora reemplazada por el aborto, pero a medida que pasan los días los familiares emergen como brotes verdes de un próspero campo.
El microclima se convierte con el tiempo en una gran muralla, infranqueable, donde nadie disiente, nadie discute, nadie es distinto, y todos se encolumnan como peones en un juego de ajedrez, para proteger al rey y la reina. Y la fábula del Rey está desnudo se nos representa una vez más en la memoria, pero el microclima no discrimina y se va forjando en cada espacio, rodeando a cada dirigente, muy lentamente, despacio, sigilosamente pero en forma constante.

E incluso en esta lógica prostibularia coexisten en todos los espacios varios microclimas, con lo que implica el internismo, que priorizan sus intereses individuales por sobre el interés general, creando tensiones innecesarias, con el simple hecho de ir escalando en la colina del poder.

La alcahuetería y la mentira se convierten en una espada y escudo, armas con las que se libran las batallas en el fango de la mediocridad, llegando incluso a la naturalización, donde decir la verdad termina siendo revolucionario, y no guiarse por la radio pasillo un producto de la innovación.

El microclima en un mundo ideal no debería existir, porque no es lo mismo hablar de equipo que de un rejuntadero de secuaces, tampoco el exceso en la valoración de la confianza por sobre el profesionalismo, ni sostener lo insostenible por el simple hecho de mostrarse fuerte, tal vez no nos demos cuenta que “la gente” poco le importa.

En esto es el periodismo quien tiene sobre sus espaldas el peso de no ser parte del microclima, siendo el espacio donde se debatan los temas de interés, evitando ser parte funcional de la estrategia de comunicación que muchas veces – esperemos que no todas- son cortinas de humo para confundir a la opinión pública.

Mientras tanto la esperanza sigue luchando, asociándose al idealismo, a la utopía, convencida que el único camino posible es “hacer política” a pesar de muchos políticos, creyendo que todavía es posible, sí pensamos lo contrario estaremos condenados al fracaso como hemos sostenido en otras ocasiones.

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