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Es una angustiante cantinela la que frecuentemente escuchamos, plasmada en la pregunta acerca de “qué clase de mundo es el que vamos a dejar a nuestros hijos”, con un inexplicable olvido del hecho que también tendríamos que pensar en nuestros nietos.

En tanto, las dos cosas son ciertas. Para empezar, no podemos desentendernos de nuestra responsabilidad en el actual estado de cosas, que tantas veces se nos muestra como horripilante. También que, como consecuencia de ello, nuestra herencia está constituida sobre todo por una enorme cantidad de deudas, que ellos no van a tener otra opción que sobrellevar.

De allí que una de las pocas maneras que tenemos de alivianarnos de esa carga, es prepararlos para enfrentarla. No con la peligrosa forma en que se da en algunos de ellos -y que tenemos la equivocada idea de generalizar- que mirar las cosas de una manera que, si se analizan bien las acciones y omisiones en las que se manifiesta, no significan otra cosa que “esperar la muerte” dejando pasar el tiempo sin encontrarle a la vida ningún sentido que la trascienda, cuando no se esfuerzan en hacerlo.

La contrapartida que se da entre otros es esperanzadora, ya que se observa en ellos la convicción de que mejorar el mundo es posible y que en sus manos se encuentra lograrlo.

Haciendo abstracción de la educación escolar -que entre sus grandes defectos se encuentra la de no despertar en los alumnos los maravillosos deseos de aprender y su capacidad de asombro- es perceptible que en el seno de la sociedad civil existen numerosos programas implementados por un sinnúmero de instituciones que buscan despertar en la juventud la preocupación por las cosas del común, buscando desalentar las inclinaciones egoístas: lograr que ajusten su comportamientos a las reglas que se dan en cada cosa, y que al interactuar lo hagan siempre de una manera empática, es decir comenzado por ponerse en el lugar del otro.

Es así como mecanismos como los símiles de las instituciones de nuestra sociedad, como es el caso de los “senados juveniles” que cumplen la doble función de ayudarlos a comprender su funcionamiento y aprender a ver los problemas que enfrenta la comunidad. Es el caso también del entusiasmo con el que se va a nuestros jóvenes participar en ferias de ciencias, algo que debería buscar la manera de extender al ámbito humanístico, y la labor de contención y de desarrollo de los jóvenes por parte de muchos clubes en materia deportiva. Y hace de estos muy poco nos hemos enterado hasta conmovidos del saber que entre nosotros existe un pequeño número de jóvenes ocupados y preocupados en visitar personas ancianas y lograr interesarlos con las lecturas que de aquellos deben escuchar.

De lo que se trata es de ampliar la cantidad de proyectos de interés común, capaces de motivar a nuestros chicos y chicas, a la vez que dar acogida a sus propuestas, las que sobre todo deben ampliarse de manera que se dirijan a la atención de problemas sociales vinculados con carencias, y la preservación de nuestro entorno.

Buscando que en todos los casos la participación de ellos sea contagiosa, hasta volverse lo más numerosa posible. Ya que como dice un viejo dicho “entre muchos es más fácil”.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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