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El cupo femenino fue arduamente resistido por un sector machista que veía en el cupo la pérdida de un espacio de poder, el político específicamente hablando. Incluso la tentación en la primera etapa fue desvirtuar al cupo haciendo ingresar al campo de las políticas a las mujeres de…., esposas, hijas, hermanas, etc de los dirigentes políticos. Desmereciendo la idoneidad y merecimiento, viendo a quienes acceden a un cargo desde lo despectivo, y cargado de prejuicios, sexuales las mayorías de las veces.

El fundamento del cupo es la discriminación positiva, un trato diferente para torcer una desigualdad que es clara y palpable, lo que en el tiempo se desearía que sea obsoleto por innecesario.

Pero no sólo la política es un terreno machista, sino incluso en el sector privado, sobran estudios sobre las diferencias salariales, o de espacios en los directorios de las empresas más importantes, como nos daremos cuenta es algo más cultural que jurídico, pero que el derecho debe colaborar necesariamente.

También en el poder judicial- y en los máximos tribunales- se ve la necesidad de contar con mayor presencia femenina, pero debemos observar además los gabinetes de los gobiernos locales, provinciales, y nacional. De hecho suena hasta irónico que en juzgados de familia – donde cursan trámite a la mayoría de los casos de violencia de género- o fiscalías, etc. ocupadas por hombres.

Incluso es complejo no caer en el facilismo de nombrar mujeres en los cargos, pero rodeadas de hombres, y con varias limitantes de poder, entonces para el mensaje político somos progresistas pero en términos reales, seguimos con la misma lógica patriarcal.

Es obvio que los que debemos hacer el cambio somos los hombres, porque mientras nos ubiquemos corporativamente nunca lograremos cambios reales y profundos. Pensemos sino en que viviremos en una permanente tensión, donde los cambios sean meramente cosméticos.

El feminismo es un movimiento difícil procesar para la mayoría de los hombres, y es cierto que algunas componentes de este movimiento tienen rasgos violentos, e intolerantes, ¿pero acaso eso deslegitima sus consignas o reclamos?

Al punto que el debate sobre el lenguaje inclusivo suena ridículo, para la mente machista, hasta que te enfrentas a un supuesto impensado, como me sucedió una tarde húmeda de mi querida Concordia, caminando con Sofía- mí hija la cual me hace repensar mis paradigmas y dogmas- le contesto sobre quienes iban a ir a un cumpleaños diciéndole, van a ir “todos” y ella con sus apenas cuatro años me dice “y todas papá”, con ese tono único que tiene donde mezcla la dulzura y picardía, sentí la necesidad de corregirla y decirle que según una Academia Real o ficcional, que domina el lenguaje cuando yo digo todos es todos hombres y mujeres, pero ante su afirmación del todas, pensé en mis adentros, claro a mí no me jode usar el plural porque me siento automáticamente incluido, pero ¿y si empezamos el efecto inverso?, antes que usar el término inclusivo con la palabra “e” o “les”, usemos directamente el femenino, entonces en vez de decir todos, digamos todas y así nos empecemos a familiarizar con la lucha por la igualdad.

Necesitamos más cupo femenino, y empezar a usar “las”, así nosotros cuando nos miramos al espejo en vez de ver un ser arcaico, poder ver el reflejo de un ser humano, de una persona con derechos fundamentales, pero por sobre todo con deberes hacia los demás. La revolución de las hijas es una realidad, tal vez nos neguemos a cederles el poder, en mí caso creo que los hombres hemos dominado el mundo mucho tiempo, y el desastre es evidente, es tiempo de balancear el poder, y mirar más allá.
Fuente: El Entre Ríos.

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