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La grieta, en un contexto de fuerte rechazo a los candidatos, augura un voto más motivado por el espanto que por expectativas de mejora

La baja credibilidad de las encuestas suma a la incertidumbre respecto de lo que las elecciones de octubre traerán aparejado para los argentinos. Tal como se ha planteado en los medios, el asunto parecería ser de vida o muerte. Así también lo reflejan los consultores económicos y los asesores de los mayores fondos de inversión con carteras en las que hay posiciones de Argentina. Y ese así como les gusta que esté planteada la cosa a aquellos que lucen como los dos principales contendientes.

Argentina se ha debatido desde sus inicios como nación entre la vida y la muerte. Sus ciclos económicos exagerados están en la base de la caída relativa de su peso en el concierto de naciones, pero por repetidos ya no sorprenden. Pender de un hilo parece ser nuestro sino.

Ningún gobernante ha estado suficientemente motivado como para torcer esta flaqueza estructural. Ni siquiera una crisis en apariencia terminal como la de 2001 logró forjar un político deseoso de cambiar el mal fario de los argentinos.

Por lo pronto, aquella crisis no logró torcer el rumbo de la política. Casi dos décadas más tarde, Argentina enfrenta problemas que no son tan distintos de los que en 2001 dieron forma a la crisis, ni tan distintos de aquellos que habían generado crisis igualmente serias en el pasado. No queda tan claro, con todo, que la grieta que aquella crisis generó entre la gente y la clase política no persista – más allá de esa otra grieta tras la cual los políticos se embanderan.

Pero la crisis económica de 2001 convivió con una crisis de representatividad de la política que modificó la esencia del voto popular: ante la falta de opciones potables, se vota en contra de lo que más de detesta. Un fenómeno inaugurado por Néstor Kirchner cuando en 2003 se hizo de la presidencia con apenas el 22% de los votos a causa del disgusto con Menem. Más allá de algunos fervorosos hinchas de uno y otro, los candidatos no generan genuinas adhesiones masivas.

Estamos ahora en una situación similar. Con las reservas que las encuestas merecen, un aspecto cualitativo de ellas parecería estar fuera de discusión: los dos principales contendientes, el Presidente y Cristina Kirchner, cosechan bastante más desaprobación que simpatías.

Es aquí dónde surge una pregunta natural: ¿no hay espacio en nuestro país para una tercera opción? Todo parecería indicar que sí lo hay. No todo el mundo está tan agrietado ni es un talibán de alguno de los lados de la famosa grieta. Pero no hay certezas de que esa tercera opción puede aparecer, ni mucho menos de que se la encuentre allí donde todos miran: en el PJ.

En primer lugar, porque muchos en ese grupo están barnizados con un pasado turbio que cuesta encubrir. En segundo lugar, porque la mayor parte del tiempo no logran diferenciarse de aquello de lo que procuran diferenciarse – y por lo tanto son incapaces de lucir como una tercera opción.

Cuando los diputados del Frente para la Victoria (FPV), el Frente Renovador y el Bloque Justicialista se unen como se unieron el jueves para promover exención del impuesto a las ganancias para los jubilados y el congelamiento de tarifas de servicios públicos, le hicieron un inmenso favor al Gobierno: se asemejaron mucho a Cristina. Nadie parece haber entendido mejor el disgusto de la gente con la política que el equipo de campaña de Macri, que opera sobre el voto negativo con fuerza. ¿Será esta la forma de la política de ahora en más?

Una campaña basada en el defecto ajeno puede estar bien como campaña, pero nos deja vacíos de contenido, y hasta vacíos de esperanza. Nos prepara para que los intereses de la política sigan predominando por sobre los intereses de la gente. No importa si lo que se hace se hace bien o mal: sólo alcanza con que se crea que otros lo harán peor.

En 2015, el voto a Macri contenía mucho de esperanza de transformación. De que Argentina dejaría atrás dos siglos de frustraciones y se encaminaría, como hicieron varios de nuestros países vecinos, hacia un sendero de crecimiento más sostenible. Entre los más y los menos de la gestión, hoy parece haber menos de esperanza y más de espanto ante la alternativa. No parece un buen augurio para lo que viene. Ni lo parece la que por ahora asoma como alternativa.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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