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Desde su elección en noviembre pasado, Javier Milei se ha convertido en un fenómeno político global. Su discurso en Davos ratificó su condición de faro para la derecha del mundo. Muchos líderes políticos y hombres de negocios lo toman como un referente y anhelan que logre poner en marcha su ambicioso programa libertario, que desean que sus países de origen también implementen. En apenas dos meses de gobierno, Milei se ha reunido con numerosos líderes internacionales, y el flujo de viajes de entusiasmados hombres de negocios hacia el país se ha multiplicado.

El encandilamiento en los foros internacionales tiene su eco en la Argentina, donde el Presidente gana por goleada en las redes sociales. Incluso, el Índice de Confianza en el Gobierno (ICG) de la Universidad Torcuato di Tella lo muestra con niveles de aprobación superiores al 50%.

Sin embargo, el apoyo doméstico no es tan incondicional como el que recibe en el exterior, porque los dolores iniciales que su plan económico trae aparejados se sienten en carne propia. El Presidente arrancó su mandato con un ICG inferior al que tuvieron Macri y Alberto Fernández y Cristina Kirchner al iniciarse los últimos tres turnos presidenciales. Además, Milei tiene menos colchón para ceder popularidad, pues su escasa representación parlamentaria y su nula representación a nivel provincial hacen imprescindible que se mantenga popular para construir gobernabilidad y avanzar con las reformas.

En los últimos días, todavía en voz baja, comenzaron a escucharse voces críticas hacia el Gobierno en medios de comunicación y en las reuniones con analistas políticos y económicos que hasta no hace tanto parecían subidos a la ola libertaria. ¿Es una cuestión de (falta de) pauta publicitaria, o de algún sobre que no llegó a destino? ¿O esas voces reflejan sensaciones que recogen en la calle?

El Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE), un anticipo del PBI, cayó 4,5% interanual en diciembre y deja un arrastre estadístico negativo de 3,5% para 2024. A la caída del nivel de actividad se le suma el salto inflacionario: el IPC subió 25,5% en diciembre y 20,6% en enero. Pero los salarios no lo siguieron: según el Indec, crecieron 8,9% en diciembre (el dato de enero recién lo sabremos a comienzos de marzo). Milei había anticipado la estanflación, y todavía no hemos visto acomodarse a todos los precios relativos. Pero una cosa es escucharlo, y otra sentirlo.

El Gobierno y el mercado financiero ponen el foco en las buenas noticias: el superávit fiscal, el superávit de cuenta corriente, la compra de reservas del BCRA, la exitosa limpieza del balance del BCRA… medidas imprescindibles, pero que en la vida cotidiana no tienen el impacto inmediato que sí tienen los precios en alza y los salarios estancados. La lucha contra la casta puede fallar, y el tiempo para ganarla no es infinito. Cuando el Presidente o sus ministros hablan de planes a 12 o 24 meses, suena a apuesta riesgosa. Si para mediados de año no se crea la sensación concreta de que la inflación ha sido controlada, la tolerancia social podría empezar a flaquear.

Milei enfrenta el riesgo de dejar de ser profeta en su tierra. Puede tener razón en que sus detractores prefieren mantener sus privilegios de casta, pero avanzar un cambio duradero con el apoyo popular como único sostén puede ser un arma de corto alcance cuando el ajuste es tan duro.

Si Milei es un fenómeno, cabe recordar los significados opuestos que la RAE contempla para esa palabra: a) cosa extraordinaria y sorprendente; b) persona o animal monstruoso. El fenómeno Milei ha encandilado a los foros internacionales. Pero Argentina es un país pequeño, y si el experimento sale mal, el mundo nos volverá a olvidar como otras tantas veces lo ha hecho, pues habremos dejado de ser extraordinarios y sorprendentes, para volver a ser monstruosos. Por el bien de Argentina y de los argentinos, esperemos que la gente aguante y que el plan funcione.
Fuente: El Entre Ríos

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