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Todos recordarán algo de la historia del buen señor Valdemar, el bibliotecario. Su tuberculosis avanzaba y no prometía recuperación. Una tarde, Edgar Allan Poe se acercó para sugerirle un extraño experimento: someterlo a la hipnosis. Nadie hasta entonces había sido hipnotizado en “articulo mortis”, o sea a punto de morir. Varias razones hacen interesante el experimento, quizás la principal era si la hipnosis tiene capacidad de detener el proceso de la muerte. Poe le explicó todo muy bien al enfermo y a los médicos de cabecera. Estos le avisaron cuando la agonía parecía cercana y procedió a hipnotizarlo. Unos cambios fueron ocurriendo en el cuerpo hasta que adquirió todas las características de un cadáver. Poe le preguntó: “Sr. Valdemar, ¿duerme Ud.?”. “Sí, duermo: estoy muriéndome”.

Cada mañana, al leer los titulares de los diarios, pienso que el país se parece al Sr Valdemar, que sin estar muy consciente sabe que se está muriendo. El médico diagnostica la muerte inicialmente por la ausencia de signos de vida: cesa la respiración, no hay pulso, no se escuchan los ruidos cardíacos. Bueno, el país no tiene moneda, que es lo que da vida al trabajo y al comercio. Extrañan las declaraciones del presidente: desconfía de las grandes fortunas repentinas y son ellas las que lucen muchos de los que lo acompañan en el gobierno, nos pide ahorrar en pesos, que pierden casi hora a hora su valor, hubiera sido mejor aconsejar una buena reserva de lentejas, polenta, y leche de larga duración. La desvalorización del peso es la desvalorización del trabajo, pero la central obrera parece indiferente a ello. Aparte se tacha al mérito como algo importante y necesario. A este estrafalario pensar, pareció adherirse el mismo papa Francisco, cuando la vida del cristiano fue siempre tratar de lograr méritos para salvar su alma y ayudar a rescatar las del purgatorio, entre otras exigencias.

Esta condena del mérito y del esfuerzo, el lograr metas, se refleja en el desinterés por la educación, para lo cual la pandemia es un pretexto. Cierto que ya antes de ella hubo provincias en que no hubo escuelas el año pasado o sino en forma muy fragmentaria. De chico cantábamos: “Fue la lucha, tu vida y tu elemento/la fatiga, tu descanso y calma…”. Esa lucha era el esfuerzo, en la escuela, en el campo de deportes, en su diario quehacer, sea una modesta quinta, en el taller de carpintería, en un hospital, en la costurera miope, en el sastre torpe.

A la falta de moneda y convertir el esfuerzo en peligrosa nadería, se suma, y recalco lo que tal vez sea lo esencial, la falta de Justicia. Es difícil explicar esta palabra con mayúscula, cuando vemos su inacción actual y sintiendo que ella debería ser el jugo vital de toda la vida civilizada. Ver a la vicepresidenta, acusada de repetidas estafas, presidiendo el honorable senado (las minúsculas son intencionales), sin que haya ocurrido el preciso e irrefutable proceso que haya aclarado la verdad o falsedad de las acusaciones, torna a toda la justicia en poco más que un pedo. Cuando vi la procesión de antorchas frente al “palacio” de tribunales, temí ocurriera una explosión. Y mejor olvidar las maniobras por las cuales el acusado elige a sus jueces. Se diría una siniestra pantomima, y que el senado de honorable tiene ya muy poco, si acaso.

Si la muerte se diagnostica primero por la ausencia de signos vitales, luego van apareciendo los claros cambios que la muerte hace florecer en el cuerpo: la mandíbula que cae, la rigidez muscular, las livideces, el vientre que se hincha… Es lo que ocurre en nuestra Patria muriendo: ¿cuánto valor en pesos tiene un dólar? Ciertamente no uno, sino cuatro o seis. Cuántas barreras para viajar de una provincia a otra: éste es nuestro rigor mortis, así como lo que reciben los agricultores por el valor de la cosecha que tantos esfuerzos y sobre todo incertidumbres le hicieron sufrir. Luego aparecen las pústulas: los terrenos ocupados, la desatada criminalidad, la violencia que se suma al crimen. El tema de hoy es el beso del diputado salteño en el seno de una señora, que se deslizó en la pantalla de la Cámara de Diputados: ¡Santo recinto! ¿Saben los legisladores que a la tarde o casi a cualquier hora, sus chicos pueden ver en la televisión escenas mucho más procaces o simplemente pornográficas? Esto señala un claro defecto de la Iglesia y de la sociedad cuando luce endomingada y pretende ser formal y paqueta, para las cuales la lujuria es peor que estafar o robar. Aquí nos sobran las dos, a la luz del día.

Volvamos al Sr. Valdemar: había ya pasado semanas hipnotizado cuando una tarde el Sr. Poe notó cambios en el paciente: habían aparecido manchas en las mejillas, le temblaba la lengua, había rigidez en los labios y mandíbula. No obstante, el enfermo pudo gritar “Por el amor de Dios: pronto hágame dormir o despiérteme. Le digo que estoy muerto”. El Sr. Poe, los médicos y los enfermeros lo miraban azorados. “Entonces todo su cuerpo se encogió, se desmenuzó, y se pudrió debajo de mis manos. Sobre la cama frente a nosotros quedó una masa casi líquida, de inmunda, de abominable putrefacción".

Las manos eran las del Sr. Poe. Temo que entre las nuestras veremos a nuestra Patria, un día, convertida en algo así.
Fuente: El Entre Ríos

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