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Frente al estado actual que muestra el mundo, y no solo el nuestro, vemos revalorizar el ya casi ignorado concepto de “contrato social”. No queremos fatigar remontándonos a los orígenes del concepto, que precedió en décadas a la Revolución Francesa, en cuyo transcurso se volvió cuestión de actualidad; ni detenernos a admirar el pragmatismo de los primeros colonos ingleses, en lo que hoy son los Estados Unidos, que a poco de arribar se limitaron a escribir en una hoja de papel –suponemos que más que nada como un simple recordatorio- una lista de sus derechos y obligaciones en la comunidad que pasaban a conformar.

Es por eso que nos limitamos a recoger una descripción del mismo que señala que “en filosofía política, ciencia política, sociología y teoría del Derecho, se entiende por tal, a un acuerdo realizado por sus miembros en el interior de un grupo, como por ejemplo el que se adquiere en un Estado, en relación con sus derechos y deberes y los de sus ciudadanos”.

Para, enseguida, pasar a indicar que, en contraste con esa manera de concebir la sociedad e incluso institucionalizarla, el mundo actual se encuentra signado por los “desacuerdos”. Se debería agregar que en el caso de nuestra sociedad no somos una excepción a ese estado de cosas más o menos generalizado, sin que en esa constatación pueda verse como una justificación exculpatoria de nuestros desencuentros.

Curiosamente, mientras nos seguimos deshilachando como sociedad, durante mucho tiempo -de esa pretensión inspiradora se habla poco y nada- era casi un lugar común la formulación y su consecuente aplicación aquí, y aún ahora; uno, este último que para nosotros nunca se volvió un presente, y cuya idea, aunque no su necesitad, hemos visto cómo se ha ido diluyendo en el tiempo, de una suerte de Pactos de la Moncloa.

Expresión con la que se hace referencia al acuerdo firmado en España por los más altos actores sociales, durante un período de transición entre el régimen de Francisco Franco y la monarquía constitucional actual que se dio, entre otras cosas, en medio de una situación económica compleja, dado el hecho que para los españoles era una señal tremebunda el hecho que la tasa de inflación anual llegó al 26.39 % anual.

Se trataba de dos pactos, formalmente denominados Acuerdo sobre el programa de saneamiento y reforma de la economía y Acuerdo sobre el programa de actuación jurídica y política, a los que se conoce en la forma pre indicada, por haber sido firmados precisamente en el Palacio de la Moncloa, el 25 de octubre de 1977. Todo ello con el objetivo de procurar la estabilización del proceso democrático, así como adoptar una política económica de estabilización y crecimiento. De los que la mejor prueba de su éxito es que sus objetivos fueron en gran medida alcanzados, como lo prueba la trayectoria seguida por ese país a partir de ese momento.

Indudablemente nuestra situación actual es más compleja y desastrada que la española de entonces. Dado lo cual habría que hacer una distinción clara entre preacuerdos, objetivos y un grupo de acuerdos, de carácter fundamentalmente instrumental acerca de diversos tópicos.

El preacuerdo tácito, y por ende informal, está vinculado con la abolición de la distinción entre “ellos” y “nosotros”, con la manifestación de la predisposición sincera que ello significa, circunstancia que no es necesario que la veamos como el cumplimiento de un deber ético, sino que resulta suficiente que nos volvamos conscientes de los extremos a los que nos ha llevado el cansancio de una pelea agotadora.

El principal objetivo, en el orden de las realizaciones prácticas -se omiten las que tienen que ver con la esfera de los valores- debe ser resolver tanto el problema de la inflación como los del hambre y la pobreza; realidades que, aparte de llenarnos de vergüenza, no deberían dejarnos descansar, todo ello como primer paso hacia una equitativa integración social.

En cuanto a los acuerdos instrumentales temáticos, los mismos en todos los casos deben coordinarse en procura de alcanzar el objetivo final señalado. Ellos mismos tienen que ver con las falencias o fallas presentes en nuestra sociedad, que ignoramos, o hacemos como que así fuera, o no les damos la importancia que les corresponde, cuando no estamos tan trabados por las posturas encontradas asumidas, que no aparecemos capaces de enfrentarlas.

Entre esas temáticas que exigen acuerdos en los que se mezcla lo instrumental con lo programático, pero que siempre deben ser encaradas con los pies firmemente asentados en la realidad, para quedarnos en los más álgidos, se debe mencionar a la reestructuración del Estado; a un sinceramiento de los sistemas jubilatorios y educativos, así como todo lo que tiene que ver con la infraestructura material de nuestra sociedad.

Todo ello con la convicción de que es necesario comenzar por perder, para que sea posible después ganar.

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