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Estela de Carlotto
Estela de Carlotto
Estela de Carlotto
Los Estados Unidos son una “república imperial”, independientemente de la opinión de algunos que buscan atenuar ese calificativo, señalando que lo es “sin tener en realidad vocación de serlo”. Una, o dos opiniones, a los que los lectores podrán añadir las suyas. A la vez, China es una “autocracia imperial”, por más que de una manera sistemática se empeñe en negarlo.

En tanto, a la vez una y otra potencia, tienen algo en común; cual es que ambas, con matices y más aún diferencias en muchos casos profundos -que tienen que ver con su historia y sus ideologías en la actualidad predominantes- vienen desde una perspectiva económica, y con las notorias variantes a inscribirse “dentro la óptica del capitalismo”.

De una manera que no siempre es consciente y deliberada, en la actualidad ambos “estados continentales” luchan por el liderazgo mundial. Una competición que no es nueva en la historia de la humanidad, y en la que a la postre sucesivas generaciones han resultado, todas ellas, perdedoras.

Esa rivalidad por lo general silenciosa, en la actualidad, y como consecuencia de la crisis sanitaria mundial, ha aflorado por el lugar más impensado, cual es la atribución del origen de la pandemia que nos asuela, y que ambas de una manera tangencial se atribuyen recíprocamente.

Es así como, mientras de una manera casi unánime se señala que la trasmisión del virus fue consecuencia del contagio de quienes compraron y después comieron en el mercado de una populosa ciudad china ejemplares de raras -y no tanto- especies silvestres que en el mismo habitualmente se ofrecían; de allí en más se enciende la polémica. Ya que por un lado se escucha al presidente Trump hacer declaraciones, o enviar tuits, mencionando una y otra vez al “virus chino”, el que ha vuelto a nuestro mundo todavía mucho más complicado de lo que era.

Mientras que por el otro, entre funcionarios de la segunda línea de la burocracia china, se denuncia que “formaciones especiales” estadounidenses han sido las que implantaron el virus en territorio de su país; algo que de ser cierto significaría el irresponsable desencadenamiento de una guerra virósica, que a esos agresores -como si fueran torpes aprendices de brujo- se les ha ido de las manos.

Trump va más lejos, y reprocha a los chinos el haber permitido que la peste se descontrolara, no solo por no haber tomado medidas a tiempo que permitieran sofocar de cuajo la pandemia; sino haber ocultado toda información al respecto, e incluso sancionando severamente a un médico infectólogo que habría dado la primera voz de alerta acerca de la cuestión.

En tanto, cabría decir que el presidente estadounidense no es el más indicado para pavonearse acerca de esa circunstancia; ya que hasta que su país -el de “América primero”- no fue tocado por el virus, como es el caso de otros líderes populistas que lo están pagando, o llegarán a hacerlo, muy caro ese irresponsable desplante, le quitaba toda trascendencia y hasta llegaba casi a tenerla por una de esas “fake news”, tal como califica Trump a toda información verdadera de hechos o de cosas que le incomodan.

Se nos va a permitir dejar de lado el verdadero trasfondo que en la oportunidad tiene esa salvaje competencia entre “dos grandes”. Aquí se asiste a una implacable carrera acerca de cuál de ellos es el primero en lograr una vacuna eficaz contra el coronavirus. A lo que se agrega la molestia que le ha causado a Trump el éxito de los chinos, éxito que esperemos no sea temporario, en sofrenar el flagelo, y la ayuda con elementos sanitarios apropiados que está prestando a otras naciones con problemas de esta naturaleza, como es el caso de las europeas Italia, España y Austria. Todo ello, mientras que para Trump, recién acaba de comenzar esa pelea.

Es por eso que, al observar la manera cómo se exterioriza esa confrontación -la pelea sobre el origen de la pandemia-, no podemos dejar de asombrarnos el infantilismo que se hace presente en el comportamiento de los líderes mundiales, y entre todos los que en el mundo entero prestan atención a esa pelea, con la que se viene a pretender trivializar una cuestión de gravedad extrema, como es la que nos ocupa.

Una manera de comportarse que podía encontrar un símil a escala reducida, y por ende a la altura de la mayor parte de nosotros, imaginando a dos vecinas trenzadas en un intercambio verbal que las enceguece y está en un tris de llevarlas a “las manos”; mientras una y otra hacen oídos sordos a los dichos del hijo de una de ellas, que le grita a su madre: “Mamá, se nos está quemando el rancho”.

Y esa es la impresión que provoca también expresiones recientes de Estela de Carlotto, que como se sabe lidera la Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo, a la que en esa ocasión se la escuchó decir que “con el gobierno anterior no sé cuántos moriríamos”. Agregando, para que no quedara dudas, que estaba convencida de que Mauricio Macri hubiera indicado que “todo estaba bien”. Rematando su “espiche” con una pretendida explicación a sus dichos, en la que machacaba en señalar que Macri y sus funcionarios “no hubieran hecho nada más que decir mentiras en los medios”.

Palabras desafortunadas, en relación a las cuales se escuchó a un periodista comentar que “lo único que falta es escuchar que diga que a los que votaron a Macri, no se les preste atención en los hospitales públicos si contraen la enfermedad”. Pero no es nuestra intención mezclarnos en este tipo de peleas, ya que consideramos que si son inconducentes en todo tiempo, lo son más en momentos como los actuales, en los que se ve a una gran mayoría de nosotros sumarse al esfuerzo común, viendo en las actuales circunstancias una nueva oportunidad de unirnos y reunirnos, actuando en la línea trazada por nuestro presidente.

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