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Aduana, clave en el control de importaciones
Aduana, clave en el control de importaciones
Aduana, clave en el control de importaciones
Argentina está tan mal que nos contentamos con cambios de imagen para sentirnos temporariamente aliviados, por más que esos cambios no signifiquen cambio alguno para nuestra realidad.

La llegada de Sergio Massa al Palacio de Hacienda tiene todos los condimentos necesarios de un cambio de imagen, y pocos de los que se necesitan para generar confianza en que estamos en un camino mejor. Tiene la sustancia política de la que su antecesor Martín Guzmán carecía. Pero no parece tener tanta sustancia como para provocar un giro draconiano en el rumbo económico. Sus medidas iniciales se van quedando cortas en lo que a resultados concretos se refiere, y no está claro que la paciencia de los mercados sea tanta como para aguantar hasta que tales resultados, tan inciertos, aparezcan.

Los problemas de la Argentina no se resuelven con las recetas del FMI, que se enfocan sobre problemas coyunturales. Al fin de cuentas, pretender reducir el déficit fiscal recortando subsidios, pretender reducir el financiamiento monetario del déficit reemplazándolo con emisiones de deuda o pretender aumentar las reservas del BCRA con cepo, depreciación administrada del tipo de cambio, restricciones a la importación o estímulos para los exportadores son expresiones de voluntarismo a fuerza de parches que no dan respuesta a los problemas graves con los que enfrentamos.

Tampoco con las recetas del Instituto Patria, que pretenden ir más a fondo que los parches del FMI, cambiando de cuajo muchos de los principios de nuestra Constitución, para dar al estado un rol mucho más preponderante que el que ya tiene en la vida cotidiana, son una solución que haya funcionado en lugar alguno del mundo.

Desde que se firmó el acuerdo con el FMI, hace ya casi un año y medio, las cosas han ido de mal en peor. Es que el objetivo del acuerdo no fue otro que el de tender un puente, administrando los problemas sin solucionarlos, hasta la llegada de otros interlocutores en 2023. Hoy estamos peor que antes de firmar el acuerdo, lo que no es lo mismo que decir que no debería haberse firmado.

Aumentar tarifas no corrige el problema de la escasez de gas, ni el absurdo de subsidiar el derroche de recursos. Ni siquiera corrige el déficit fiscal, porque los aumentos apenas si compensan parte de la inflación pasada. Sólo pone un parche. Para corregir la cuestión habría que volver a tener contratos cumplibles con los sectores regulados, con los cuales esos sectores podrían predecir su rentabilidad y su capacidad de invertir.

Tampoco es una solución a los problemas monetarios el canje de los vencimientos de deuda de corto plazo, con tasa real negativa, por deuda a largo plazo con tasas reales positivas. La bomba de tiempo sigue estando, y apenas se ha retrasado el momento de su explosión.

Como no es una solución el dólar-soja para incentivar el adelanto de ventas. Es apenas otro maquillaje que podrá (¡está por verse!) proveer al BCRA de algunos dólares hoy, a cambio de otros dólares que no entrarán más adelante.

No hay soluciones sencillas para los problemas coyunturales. Massa rompe el atasco en que nos había encerrado la ideología a ultranza del Instituto Patria y la Vicepresidente. Pero su llegada, en tanto sólo importe la acumulación de parches perecederos, no hace más que estirar la agonía que todos ven. Al fin de cuentas, el propio Massa parece un parche para la anormalidad del Ejecutivo. Pero la Vicepresidente sigue estando, y el Presidente también, aunque en estos días casi lo hayamos olvidado.

Las soluciones de fondo son dolorosas; no hay una salida gratuita para la encerrona en que nos hemos metido a costa de la mala gestión. Volver a dar dinamismo a nuestra economía supone romper de raíz con la multitud de normas que imponen, prohíben, restringen, congelan, y tantos otros verbos con connotación negativa para la actividad privada, la única capaz de generar riqueza para la sociedad.

Son estas normas y estos impuestos los que dan cuerpo a eso que se conoce como “costo argentino”, que no es más que un eufemismo para calificar el ahogo con que el sector público somete al sector privado.

En el fondo, sólo la política pelecha con la multiplicación de impuestos, controles de precios, cepos, congelamientos tarifarios, restricciones para importar, y tantas otras distorsiones con las que se da importancia. Medidas dan razón de ser al crecimiento de la función pública y los organismos de contralor, y que pueden resultar muy rentables para los funcionarios que ejercen los cargos pertinentes, en tanto tienen la potestad de ayudar a eludirlas. Sobran “mafias” en la Aduana, el Banco Central, la Secretaría de Comercio, los sindicatos y los grupos piqueteros. Así como sobran lobbies de empresarios a los que la aptitud y la falta de escrúpulos para moverse en mercados regulados o protegidos por el estado les generan fértiles negocios.

Cuesta encontrar, en la política, el sindicalismo o el empresariado, dirigentes decididos a cambiar las cosas de raíz. En 1991, la Convertibilidad llegó como corolario del agotamiento social tras un largo proceso hiperinflacionario. No fue apenas un plan cambiario, monetario y fiscal, sino un plan integral de desregulación que recortó las trabas para que la economía recupere dinamismo. El ambiente actual tiene muchas de las características de la etapa pre-Convertibilidad. Lamentablemente, parece que para cambiar de cuajo tendremos que caer más bajo. Estamos en eso.
Fuente: El Entre Ríos

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