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Decir que la inflación tiene la culpa del aumento en la tasa de pobreza es una forma de distraer el foco de las verdaderas causas que provocan tan dolorosa estadística.

Las mediciones de pobreza e indigencia, es cierto, están relacionadas con el costo de una canasta de alimentos y otros servicios básicos, que se mueve más o menos en línea con los cambios en el Índice de Precios al Consumidor (IPC). Pero es absurdo decir que la culpa de un aumento en la tasa de pobreza (una fórmula aritmética) radica en otra fórmula aritmética (el IPC).

En todo caso, deberíamos preguntarnos qué hace que aumente el IPC; es decir, cuáles son las causas de la inflación. Los aumentos de algunos precios pueden estar afectados por factores exógenos, como la guerra entre Rusia y Ucrania, que elevó el precio de los combustibles y otras materias primas, o por la sequía, que provoca aumentos en el precio del trigo y el maíz.

Pero la inflación es más que eso: es el aumento general de los precios. No sólo aquellos precios afectados por factores exógenos suben, sino que lo hacen todos los precios. Tiene que haber una causa diferente que los shocks exógenos para explicarlo.

La causa radica en que sobran los pesos y, como sobran los pesos, su precio, medido en términos de todo lo que los pesos pueden comprar, disminuye. Es un fenómeno que se retroalimenta; cuanto menor precio tienen los pesos (más suben de precio todos los bienes que con ellos se pueden comprar), menos ganas tiene la gente de quedarse con los pesos, y más de tener bienes. Esto aumenta la oferta de pesos, lo que vuelve a disminuir su valor. La aceleración de este proceso (la velocidad de circulación del dinero) se refleja en la aceleración de la tasa de inflación. Es un fenómeno que venimos viendo durante los últimos tres años.

Si esto es realmente tan obvio, ¿cómo es que se permite que sobren tantos pesos? La explicación no es ni más ni menos que por culpa de las decisiones del gobierno (de todos los gobiernos recientes, en realidad). Decisiones que tienen que ver con el nivel de gasto público, de manera recurrente superior al nivel de ingresos del sector público, y con la manera de financiar esa brecha negativa: con emisión monetaria.

Parece paradójico, pero eso de “poner dinero en el bolsillo de la gente”, cuando no hay otra forma de hacerlo que con emisión monetaria, lo único que hace es quitar dinero del bolsillo de todos. No es una mirada ideológica de la cuestión, sino una mirada objetiva: el crecimiento del estado durante los últimos 20 años generó un aumento de la pobreza. Es cinismo (o sadismo) argumentar que hace falta más estado para redistribuir de manera más justa. Los resultados están a la vista. En este 2023, la reticencia del oficialismo a ajustar el gasto público en un escenario de evidente contracción económica es un alimento para la escalada de los precios. Que no suben porque sí, sino porque el estado gasta de más y lo financia aumentando la oferta de los pesos que la gente no quiere en sus manos.

El 39,2% de pobreza que dio a conocer esta semana el INDEC incluye a muchos argentinos que cuentan con un trabajo formal, o que recibieron educación primaria y secundaria completas. Esto también tiene que ver con el tamaño del estado. Un estado más grande no es un estado más fuerte, sino un sector privado más débil, menos dinámico, con menor capacidad de inversión que la que podría tener si no tuviera que sostener el peso del estado. Recursos que podrían haber sido invertidos en modernización del stock de capital privado fueron destinados, por decisiones políticas, a gastos corrientes del Estado. Por eso hay pobres que cuentan con un empleo formal: la caída de productividad del sector privado deprimió los salarios y los condenó a la pobreza.

El índice de pobreza no es una estadística más. Es una realidad que se ve en las calles de las grandes ciudades, e incluso comienza a percibirse en algunas ciudades no tan grandes. Encarna a gente que no cuenta con los medios necesarios para satisfacer necesidades mínimas. No es una mera fórmula aritmética, ni es culpa de las variables que componen esa fórmula. Es culpa de un Estado fallido y de quienes, por incompetencia o por pura maldad, lo ocupan mal.
Fuente: El Entre Ríos

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