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Foto: RC/EER.
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Es conocida esa expresión que repetidamente se escuchaba pronunciar a un actor que interpretaba a un mafioso, en la -en su momento- celebérrima película “El padrino”. En ella, cuando aparecía un auto negro, que daba la impresión de ser una tanqueta, que iba a buscar a un compinche suyo al que lo tenía que ultimar, antes de hacerlo, más que como un pedido de disculpas, solo pareciendo explicar que se trataba de un trabajo, se escuchaba salir de su boca que no era nada personal.

Seguramente, esa es la actitud de quien enviara un mensaje a nuestra redacción, dando aviso que en la costanera de Colón, a la altura de Intersur Hotel Colón (ex Quirinale), había alguien que había tomado posesión de un sector de la calzada en la que en forma permanente había instalado un vehículo blanco. Algo que por nuestra parte nos hizo recordar no ya a esa película, sino a una nota que se publicara en estas mismas columnas. En ella se hacía referencia a un automóvil que llevaba tanto tiempo estacionado inmóvil junto al cordón de la vereda en una calle de la misma ciudad, en épocas que esa circunstancia llamaba la atención porque las calzadas estaban no solo transitables sino prolijamente cuidadas, que habían crecido bajo el mismo y a su alrededor abundantes -aunque escuálidos por la falta de sol- yuyos.

Y pensamos que no era cuestión de agarrárselas con el autor de esa apropiación por más que una información en forma de protesta tácita no deja de serlo, y se debe darle cabida si la misma es no solo veraz y no resulta escandalosa. Ya que es notorio que en Colón, dado que a decir verdad el espacio público se ha vuelto tierra de nadie, al volverse tierra de cualquiera que tenga la anuencia al menos tácita de algún funcionario, o ni siquiera ella que exhiba la audacia, en realidad nada temeraria y apenas un poco desvergonzada, de ocuparlo.

No es necesario repetir la referencia a situaciones de este mismo tipo de las que nos hemos ocupado en situaciones diversas, y con respecto a las cuales no hemos recibido del funcionario correspondiente respuesta alguna, pero de cualquier manera es necesario insistir en la necesidad de contar con una regulación razonable de un espacio que por ser de todos, no es precisamente de ninguno en particular, aunque muchos así no lo entiendan, y por ende no puede dejarse librado a la anarquía ni transformado en moneda de cambio en el marco del clientelismo partidista.

Máxime en una sociedad como la nuestra en la que existe la inclinación a considerar socialmente ventajosa la “desprivatización” de la actividad económica, y que por una más de las contradicciones entre las que vivimos a diario, de esa manera estamos asistiendo a una inquietante privatización del espacio público. El cual es materia de una nueva y contradictoria paradoja, cual es que cuando no es objeto de intrusiones, los funcionarios con competencia sobre el mismo se ocupan poco y nada de cuidarlo de manera que todos podamos disfrutarlo.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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