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Desde hace mucho tiempo, y esto de manera cada vez más acelerada, se han producido entre nosotros situaciones de las cuales estamos obligados, tanto frente a nosotros mismos como ante el resto del mundo, situaciones respecto a las cuales, además de asumirlas como propias y reconocer su dimensión perversa. En ese adjetivo, incluimos todos los vicios -hasta los que cuesta tener como imaginables- y deberíamos proclamar al mundo nuestro firme propósito de enmienda.

Se trata de situaciones en las que no solo somos nosotros la excepción, porque como bien se sabe la misma se ha visto repetida a lo largo de la historia y en todas partes. Pero lo remarcable es la frecuencia, en aceleración, con la que en nuestro caso y los demás -de existir como en realidad existen que es como deberían hacerlo- se observa un tiempo, el que dejamos librado al lector el momento probable se su comienzo.

Una aceleración, que debemos admitir que erróneamente asociábamos al desparpajo de tantos picarones, pero que con el transcurso del tiempo, y con situaciones nuevas a la vista, hemos arribado a la conclusión que la situación es mucho más grave todavía que aquellas circunstancias que antes mencionábamos.

Ignoramos por qué extraña asociación de ideas, vinculamos la actual situación con la conmoción que provocó, cuando mediaba el siglo pasado, como “el escándalo de El Palomar”.

En un resumen, de lo ya casi olvidado, tapado como ha quedado por tantas tropelías más recientes y presentes en nuestra memoria, se lee que “el escándalo del Palomar o escándalo de la venta de tierras del Palomar comenzó a raíz de una denuncia, efectuada el 16 de mayo de 1940, por el senador Benjamín Villafañe, en relación a una venta de tierras destinadas a la ampliación del Colegio Militar de El Palomar por un intermediario, a precio sobrevaluado a fin de que los beneficios, una vez pagados los verdaderos propietarios, fueran repartidos entre diputados y empleados de la Cámara de Diputados y funcionarios del Ministerio de Guerra de la Nación Argentina. La suma había sido aprobada en el presupuesto del Ministerio de Guerra por el Congreso de la Nación Argentina, previo pago de sumas de dinero a diputados radicales y al presidente de la Cámara de Diputados y de la Comisión de Presupuesto”.

Nada que seguramente no haya pasado antes y que siga pasando ahora, pero lo que sí nos interesa destacar es que, destapado el escándalo, un diputado nacional se quitó la vida, por no poder soportar que fuera mirado por las personas que lo conocían, comenzado por sus familiares…

La pregunta obvia que sigue es la siguiente: ¿quién en la actualidad se suicida por estar incurso desde pequeñas raterías, a los que se puede considerar sin exagerar saqueadores de los recursos estatales, que es una manera de decir que “se embolsican” dinero que sale de nuestros bolsillos?

Hace poco tiempo hemos tenido oportunidad de observar que desde estas columnas se señalaba, no de una manera irónica sino como descripción de la realidad, que entre nosotros “muchos prontuarios” han pasado a tener en ciertos ambientes, la consideración que tenían en antiguas sociedades “los “títulos de nobleza”. Dicho así objetiva y sobriamente, sin que haya en ello exageración alguna.

Una afirmación que se ve corroborada por la circunstancia que en estos últimos tiempos hemos asistido al escándalo de ver a algunos de los protagonistas de conocidos de determinados sucesos poner muy orondos de manifiesto, que no “ veían en su comportamiento nada que fuera merecedor de reproche alguno” al mismo tiempo que se vio de una manera casi explícita destacar que no importaba que “fueran contrarias a la ética, conductas que desde su perspectiva sedicente autorizada profesoralmente “no eran delitos”.

Y es allí donde estamos parados. La ausencia de importancia alguna de actos de funcionarios que no se los considera responsables de delito alguno –sin esperar siquiera por una cuestión que si no es de respeto es al menos de buenas maneras- al menos el pronunciamiento de los jueces. Un estado de creciente anomia colectiva en el que llegará un día en que todo “valdrá”, porque todos estaremos en situación de hacer lo que se nos dé la real gana.

En el caso que no se produzca la reacción disciplinada cuando debe quedar enmarcada dentro del ámbito de la ley, de los referentes morales – que los hay y muchos- que existen entre nosotros. A pesar de que la mayoría de ellos se los vea ahora obnubilados o sin rumbo sano, indigestados por el cúmulo de acontecimientos con los que de tanto machacar en ellos, han caído como una comida excesiva y envenenada estos últimos días.

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