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Los anuncios económicos de Alberto Fernández parecen partir de un supuesto riesgoso: que estamos como cuando Kirchner asumió en 2003

El discurso inaugural de Alberto Fernández planteó un estado de situación crítico para la economía argentina. La mayor inflación en 28 años, una tasa de desocupación que no se veía desde 2006, un PBI per cápita menor al de los últimos 10 años, un nivel de pobreza mayor al de 2008, el año de la crisis financiera global, un PBI industrial en los niveles de 2006 y una deuda que resulta impagable, aunque el gobierno tenga voluntad de pagarla.

Se trata de un estado de situación que, sin dudas, demanda medidas drásticas para ser revertido. Sin embargo, así como planteó el escenario con crudeza, el Presidente sugirió que saldremos de este pozo “de manera paulatina y sostenida”. Al parecer, sin aplicar tales medidas drásticas.

Fernández parece creer que su gobierno enfrenta condiciones iniciales similares a las que enfrentó Néstor Kirchner en 2003. Si esta fuera, efectivamente, la suposición que ronda la cabeza de Fernández, no deberíamos esperar el plan económico de Fernández con demasiado optimismo.

Fernández parece creer que su gobierno enfrenta condiciones iniciales similares a las que enfrentó Néstor Kirchner en 2003

Pasaron muchos años entre mayo de 2003 y diciembre de 2019. Años durante los cuales hubo demasiados cambios en Argentina y en el mundo. Mayo de 2003 llegó tras el ajuste feroz de 2002, cuando la devaluación del 75% del peso llevó a múltiples quiebras de empresas, al PBI a caer 11% y la tasa de pobreza a trepar al 50%.
Pero, además, también el mundo nos jugó a favor en aquel momento, cuando comenzaba el ciclo alcista de las materias primas, que impulsó a toda América Latina, y en especial a Brasil, a crecer con fuerza. En 2019, no sólo el precio de las materias primas está presionado, sino que el crecimiento global está en caída y, en particular, América Latina luce estancada.

Quizás sea esta suposición errónea la que hace del plan económico todavía un interrogante. Pocas decisiones parecen claras. Entre ellas, que los pagos de la deuda pública deberán ser restructurados. Parece casi una obviedad que la oferta argentina contemplará no pagar intereses durante al menos un par de años, y diferir los pagos de capital, sin quita o con una pequeña quita, durante al menos cinco años.

Pero una negociación no sólo consiste en ofrecer un ejercicio aritmético cuyo resultado sea un valor presente superior al precio del bono en el mercado. Eso podría funcionar con algunos oportunistas, pero no con los acreedores de largo plazo. Una oferta, sin proyecciones fiscales que hagan del nuevo cronograma de pagos un ejercicio creíble, será inviable.

Fernández y el ministro Guzmán dicen que para poder pagar hay que crecer. Su estrategia para crecer, por ahora, parece limitada a poner dinero en los bolsillos de la gente para impulsar el consumo (créditos blandos a Pymes y familias de menores recursos), y financiarlo con mayor presión impositiva (¿retenciones, bienes personales, turismo?).

Es curioso como los políticos consideran que bajar gastos es un ajuste, pero subir impuestos no lo es. Como no si no fueran miembros de una misma ecuación.

Es más probable que la misma receta de Macri, la gradualidad, no produzca resultados diferentes que los que obtuvo Macri

Que Fernández suponga que el desafiante contexto que describió en su discurso es similar al de mayo de 2003 conlleva el riesgo inherente de que su inacción nos lleve a revivir la odisea de 2002.

Kirchner pudo evitar las medidas drásticas porque el daño estaba hecho. Nada permite suponer que no hacer nada vaya a funcionar ahora. Es más probable que la misma receta de Macri, la gradualidad, no produzca resultados diferentes que los que obtuvo Macri. Confiar en la Divina Providencia no es una buena manera de arrancar.

Fernández, en su discurso, dijo que “sin orden económico no hay desarrollo” y anunció que habría “un plan integral en los próximos días”. Frases esperanzadoras, pero vacías en tanto el plan no contenga algo más que más subsidios, más impuestos y no pagar intereses.

El programa económico de Fernández enfrenta restricciones financieras y políticas. No sólo porque el electorado lo eligió para que la economía crezca, sino porque su coalición se irritará si, pasado un tiempo, el plan afecta sus perspectivas electorales.

Fernández deberá pendular alrededor de un equilibrio muy delicado: la gradualidad, que no puede brindar más que lo mismo que le deparó a Macri, o una terapia de shock que podría serle políticamente inviable. ¿Dará la talla?
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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