El 17 de octubre de 1945, cuando los obreros, de a cientos de miles, irrumpieron en el centro de Buenos Aires, muchos porteños no entendían de dónde habían salido, quiénes eran.

No sabían que existían. No los registraban. No los conocían. O, tal vez, no querían admitir que existieran.

En su libro "El 45", su autor, Félix Luna, recuerda que él -universitario en aquel crucial momento de la historia argentina- formó parte del grupo de los que recién allí se anoticiaron que había "otros" argentinos, que vivían en condiciones muy diferentes.

Gente como uno, las mismas calles, costumbres parecidas. Todos nos movemos dentro de un reducido ámbito geográfico y de relaciones. Es un espacio en el que nos sentimos seguros, porque lo conocemos y nos resulta previsible. Y tendemos a internalizar la idea de que ese "mundito" nuestro es "todo el mundo", o que se le parece mucho.

Una calle cortada que nos sorprende una mañana y nos obliga a alterar el recorrido de siempre, puede ser ocasión para que irrumpa en nuestro campo visual otra realidad. Una villa miseria, por ejemplo.

El periodismo tiene entre sus propósitos lograr que se visibilice eso que aún no se alcanza a divisar, eso que permanece oculto, o eso que es sólo estadísticas sin rostros. Sólo que también los periodistas tendemos a encerrarnos en nuestro caracol, en nuestro invernadero.

A la fiesta de los estudiantes de cada comienzo de primavera, acontecimiento maravilloso por cierto, solemos mostrarla en dos de sus caras. Por un lado, la alegría de los chicos, sus energías desplegadas, sus carrozas, sus desfiles, sus rituales, la elección de reyes. Por el otro, la preocupación por los excesos de alcohol, los accidentes, las peleas, fenómenos estos a los que la policía intenta prevenir con amplios despliegues.

Pero el 21 de septiembre tal vez tenga otras caras. Por ejemplo, la de los que no califican para la fiesta, los que han dejado de reunir el requisito elemental para estar allí. Simplemente, porque no estudian, porque abandonaron la secundaria, porque NO son estudiantes aunque deberían serlo.

¿Serán muchos los jóvenes de 17 o 18 años que el domingo último no quemaron el muñeco o no saltaron alrededor de su carroza o no lucieron en la espalda la leyenda "Promo 14", y no porque no quisieran?

Muchos, muchísimos. La mayoría de los adolescentes argentinos.

El 57% no termina el secundario. Duele esta estadística. Duele la realidad. Duele la desigualdad, la inequidad, que perdura incluso después de años de bonanza, y aunque las banderas de la inclusión y la no discriminación se agiten cada vez con mayor fuerza, especialmente a la hora de conquistar votos.

Pero es probable que a estos jóvenes argentinos ni los conozcamos. Casi no sabemos de la existencia del 57%, salvo cuando alguno de ellos atemoriza a nuestro barrio queriendo arrebatar el celular al primero que encuentre.

Los chicos a los que vimos festejar integran ese 43% de "privilegiados" estudiantes que logran concluir la escuela secundaria en Argentina. Son la minoría. Increíble, pero real. ¡Son la minoría!

La Argentina es uno de los países de la región con más baja tasa de graduación en el secundario. Se ubica detrás de Perú y de Chile, con un 70% de alumnos que completan sus estudios secundarios; de Colombia (64%); de Bolivia, (57%); de Paraguay (50%), y de Ecuador (48%).

Patricio Millán Smitmans, Profesor de Política Económica, agrega otro dato: 1 de cada 4 jóvenes ni estudia ni trabaja. Son los ni-ni. Son los que no tienen nada que celebrar ni el 21 de septiembre ni el 1° de mayo.

Es una realidad que "compromete el futuro del país". "En primer lugar, es un elemento que alimenta el círculo vicioso de la pobreza. La mayoría de estos jóvenes pertenece a los estratos más bajos de la distribución de ingresos y no ha terminado el secundario, por lo que tienen pocas posibilidades de encontrar un empleo decente y bien remunerado y de salir de la pobreza en el futuro. Por otra parte, son jóvenes que en general carecen de un proyecto de vida y de un ámbito familiar adecuado para su desarrollo personal. Estas características y el desarraigo que experimentan del mercado laboral y de la educación, los hace propensos a la delincuencia, la violencia y el consumo de drogas. Enfrentar la problemática de estos jóvenes es uno de los problemas sociales más importantes de la Argentina".

¡Uno de los problemas sociales más importantes de la Argentina!...

Pero sabemos de ellos menos de lo que los refinados vecinos de barrio norte conocían, allá por 1945, a los cabecitas negras...

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