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Nunca hubiera llegado a imaginar que Felipe Solá, quien fuera ministro, gobernador y diputado en una larga carrera que en la época de los romanos me dicen que se llamaba “de honores”, transitando sucesivamente por el menemismo, el duhaldismo, el narvaesismo -o como quiera que haya que hacer para hacer referencia a ese colombiano de pelo colorado que ganó un montón de guita en su intento por ser gobernador de Buenos Aires-, el kirchnerismo y el massismo renovador, para terminar el periplo junto a Cristina, ofreciéndose como candidato alternativo a la presidencia en el caso de que aquella opte por el mismo, lo iba a conocer como interesado en incrementar el tesoro de la lengua española, la mismísima que en el mundo hablan más de 400 mil millones de humanos.

La verdad es que el hombre de entrada me cayó simpático. Que quede claro que es por su rostro y su figura y por el tono y la forma en que decía las cosas que decía. Porque daba la impresión de ser “un peronista que se baña”, como según me han dicho repetía un amigo de mi abuelo, dicho sin saber lo que ese señor mayor quería decir con ello.

Lo conocía como uno de esos políticos inteligentes, a los que uno no se los imagina riendo a carcajadas -de paso, ¿alguien ha visto alguna vez a cualquier político riendo a carcajadas?, aunque sabemos que ganas no les faltan a muchos de ellos de hacerlo cuando piensan en todos nosotros- sino ya que siempre lo vi en fotografías con una media sonrisa, y en ocasiones con una risa zanatera de esas que dan muestras de la intención de ser afable, pero a la vez de la dificultad que tiene de darse lo que se conoce como un verdadero “baño de pueblo”. Pero a pesar de todo lo más que pude saber, ya que de él solo he visto fotos y supe encontrarlo en algún programa de televisión, nunca me lo imaginé acometiendo la tarea sino de inventar palabras nuevas o de utilizar expresiones chabacanas, y mucho menos emprendiendo la trabajosa tarea de ordenar palabras de una forma que lo digan todo, sin decir en realidad nada.

Fue cuando lo escuché decir, o más que eso vi escrito lo que había dicho, de que a él “los cuadernos no le hacen ruido”. Me imaginé sin mucho esfuerzo la alusión a los cuadernos Gloria pacientemente escritos por un remisero, que produjeron una explosión cuyas esquirlas han llegado hasta Entre Ríos, salpicando a ricos empresarios -laburantes, hay que reconocerlo- y lastimando a tres intendentes, entre ellos uno de San Benito, un pequeño pueblo cercano a Paraná que tuvo un momento de desgraciada celebridad por el horrendo asesinato de una criatura. Sé que me voy a la banquina cuando me pregunto cuántos entrerrianos saben siquiera dónde está San Benito, o el lugar del profundo Entre Ríos norteño que lleva el precioso nombre de Paraje La Calandria.

Sabemos de qué cuadernos habla don Felipe. Pero nos queda saber lo que no le “hace ruido”, que supongo pueda significar que no cree que haya existido o ya no exista, o que de existir le importe poco y nada la corrupción. Indudablemente estamos en presencia de un aspirante a presidente meritorio; casi estoy por decir, de aquellos que nos merecemos.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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